VOLODIA TEITELBOIM, LA MARCHA INFINITA
por María Luz Moraga
Volodia Teitelboim, un intelectual multifacético, escritor, ensayista, político, pensador y poeta, investiga y penetra en la obra La marcha infinita (Ed. Bat, Santiago, 1993), en la mítica vida de Vicente Huidobro, uno de los grandes de la poesía chilena, junto con la Mistral, Neruda y Pablo de Rokha.
Teitelboim, logra armar un collage con instantáneas familiares rescatada de la memoria de parientes y amigos; incursiona en los archivos de la Fundación que lleva el nombre del poeta y del examen de fotografías, cartas y libros. El resultado es otra de sus originales biografías de poetas que ha regalado a la historia de la poesía chilena.
En las páginas de La marcha infinita leemos que Huidobro heredó de su madre el gusto por la literatura. Ella dirigió varias revistas de literatura y crítica que fueron efímeras, ocupación que la mantenía neutralizada y la ayudaba a evitar sentir inquietud como pareja de un esposo casi ausente por sus actividades de terrateniente y banquero. El padre quiso que Vicente dominara las faenas del campo, caballos y viñedos, pero el hijo quería vivir en París y ser poeta. Entonces su madre se encargó de proveerle los fondos necesarios contrariando los deseos de su marido. A los 19 años Vicente contrae matrimonio y publica la revista literaria Musa joven, donde ensaya sus primeros caligramas. Más adelante vendrán otras revistas que culminarán en la famosa Horizón carré, que vio la luz mientras cumplía su sueño de vivir en París dándose el lujo de escribir en francés.
Es así como Volodia Teitelboim nos presenta a este miembro de la clase alta del Chile de su época, adorado por su adinerada madre que vivió “pasiones compulsivas y desbordadas de su cauce”, según palabras textuales de su biógrafo.
¿Verdad? ¿Fábula? Lo cierto es que a través del relato que va configurándose da la impresión que Vicente Huidobro fue fiel a una imagen del poeta como individuo excéntrico y que, para lograr sus objetivos, manejó una estrategia de marketing que se adelanto casi en un siglo. Le gustaban los golpes publicitarios a gran escala, nos dice Teitelboim, y la polémica le provocaba un placer casi morboso. En la tercera parte de La marcha infinita, Teitelboim se refiere a lo que llama Un plagio extraliterario. Nos cuenta: “De súbito un ‘flash’ pasa no sólo a ocupar la atención de la prensa parisina. La United Press trasmite, un día de marzo, la noticia que ha desaparecido el Agregado a la Legación Chilena M. Vicente Huidobro. Se sospecha un secuestro de agentes ingleses”. La noticia constituye titulares de periódicos parisinos, ingleses, brasileros, madrileños, etc. Hay escépticos que ponen en duda el rapto y concluyen que se ha inventado un nuevo método para desaparecer del nido conyugal por unos días. Esta aventura le cuesta a Huidobro su amistad con el pintor español Juan Gris, quien quedó convencido de que se trataba de una farsa con fines publicitarios.
Huidobro, ya sabemos, había fijado residencia en París con su primera esposa, la dama de alta alcurnia doña Manuela Portales con quien había contraído matrimonio en 1911 y con quien tenía ya dos hijos.
Una vez en la ciudad luz, se hace rodear por destacados pintores y escultores entre los que destacan Apollinaire, Rafael Alberti, Juan Gris, su amigo del alma, Tristán Tzara, Picasso, Jean Costeau y André Bretón. Cual niño mimado participa en los más notorios escándalos buscando protagonismo. Primero se involucra en la dramática situación que vive Teresa Wilms Montt, una hermosa y adinerada escritora viñamarina que, acusada de infiel y despreciada por su marido -el aristócrata Gustavo Balmaceda Valdés-, es despojada de sus hijas y condenada a vivir reclusa en un convento. Vicente Huidobro decide ayudarla y huye con ella a Buenos Aires en 1916 después de rescatarla de una celda en una especie de operación comando. Teitelboim recrea en una acertada prosa poética el episodio: “El escándalo galopó por la cordillera y atravesó los mares. Conmocionó a la alta sociedad. ¿Por qué tanta alharaca? Ambos casados, ambos aristócratas, ambos ricos, ambos locos”.
Años más tarde, Huidobro rapta a la adolescente Ximena Amunátegui para vivir con ella un apasionado romance que “arrastra a la vergüenza pública a los más conspicuos miembros de la sociedad chilena de principios de siglo”. Con ella tiene un hijo, Vladimir. En una carta a Ximena le escribe: “A ti te irrita mi modo de ser porque es demasiado elevado y exigente. Yo sé que te molesta mucho esa convicción mía de que una mujer que me ha adorado a mí no adora a nadie más que a mí hasta la muerte. Nadie la impresiona en el mundo sino yo”. Huidobro, incapaz de cumplir sus promesas de amor eterno, se siente sin embargo merecedor de la fidelidad incondicional de las mujeres en quienes él pone sus ojos.
No conforme con sus escándalos amorosos en marzo de 1924 se auto rapta logrando un sinnúmero de titulares de prensa y al año siguiente se embauca en una campaña política, representando al Partido Comunista, que fracasa. Sin inmutarse, luego explicará que su objetivo era remecer fuertemente a la poesía y a la sociedad chilena.
Volodia Teitelboim nos muestra en esta obra a un Huidobro arrogante en su estilo de vida, orgulloso y soberbio, que atacó el surrealismo y se apropió del creacionismo, declarándose su inventor. En Chile, nadie creía en él. Se decía que era loco, tonto, que sus libros eran mentecatos e imitación de los futurismos de Marinetti. Otros lo defendían con ardor; pero los deslenguados atribuían esta defensa al efecto de las cenas pagadas con que Huidobro satisfacía a los poetas en su larga solariega. Fueron famosos sus antagonismos con Pablo de Rokha y Pablo Neruda.
A Raquel Señoret, su tercera esposa, treinta años menor que él, la encontró cuando su salud ya estaba deteriorada, convirtiéndola más en una enfermera que en esposa en su relación.
“El adjetivo cuando no da vida mata”, escribió este hombre falso, traicionero y desleal en el amor, posesivo e indolente con sus mujeres, imaginativo, ególatra, blasfemo y contradictorio en sus discursos, cursi, ilógico, audaz y temerario en sus misivas y libre, muy libre, pero con esa libertad que petrifica.
Inquieto como el más, nada pasó inadvertido a sus ojos; desde el espiritismo hasta las Meditaciones para una Estética del Futuro. Teitelboim logra describir episodios íntimos y públicos de la vida del poeta, poéticamente, como poeta que es.
Y este hombre sociable, hiperkinético, excéntrico y ganador terminó sus días en Cartagena, alejado del bullicio de los salones literarios en los que había reinado, perdiendo la batalla que todos perderemos algún día: no le ganó a la muerte cuando esta llegó, artera como siempre y sin previo aviso a buscarlo, cuando tenía sólo 53 años.
* Publicado en Revista Rayentru Nº16 - septiembre de 1999
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