ALFONSO ALCALDE:
Homero ejemplar del moltovivacismo proletario
por Juan Ignacio Iturria G.
¿En qué momento el alma humana es semejante a un par de huevos revueltos olorosos a parafina y grasa de segunda mano?
Por supuesto, en el momento de la miseria se embadurna con su disfraz de caníbal barato y cuece en una olla enorme -llena de verduras añejas- al ingenio popular de toda época, haciéndolo hervir hasta que las carcajadas lo convierten en un budín relleno de payasos harapientos y junglarosos.
Maestro Alcalde, fue tu rabel una caja de cartón barato con cuerdas de elástico, y tu sombrero emplumado de anchas alas, una vida dedicada al todo y nada de aquellos que se toman una chuica de vino con la muerte hasta que se pone pesada y hay que ir a dejarla a su casa con guadaña y todo.
Poe eso, los rotitos que van a sufrir te saludan y te invitan a conversar una brisca con el caballo que habla. Más aún, te advierten que tengas cuidado, porque el caballo hace trampa.
Taita Alfonso, tú los conoces muy bien. Los borrachos de tus relatos cortos no son esos desguañangados y brutales del cuento criollista, sino que son los genios que reparan cualquier cosa con un pedacito de cordel y hacen nacer una bomba centrífuga a partir de una olla de presión.
Han existido desde que el mundo es mundo. De hecho, sus antepasados (que, recordemos, son también los nuestros) son los mismos cavernícolas que de la nada crearon el primer asado a las brasas -y para eso tuvieron primero que inventar la primera fogata-. Y, más tarde ayudaron a levantar las catedrales renacentistas.
Pero, por sobre todo, son los protagonistas de tus historias y los primeros que comenzaron a sobrevivir como payasos o domadores de fieras en las periferias de las ciudades cuando no había otro trabajo.
Porque eso tú lo comprendes muy bien, rapsoda Alfonso: la miseria no es sino aquel circo gigantesco donde la más grande sabiduría es la de poder crear órganos a voluntad si todo el resto del cuerpo social falla y sus hijos piden oportunidad de pan y carnaval.
Tú mismo ¿No tuviste que tragar trabajos más filosos que las espadas de los fakires?
Por supuesto, quien no ha sido un andariego de toda la vida no puede reírse con las historias de los maestros pintores que hicieron una capilla sixtina pintando congrios de rojo o con los roteques que diseñaron la campaña presidencial para Jesucristo.
Por eso tú eres uno de ellos: fuiste contrabandista, empleado de funerarias, borrachuzo, ayudante de la mujer de goma, biógrafo fantasma de la vida de Mario Kreutzberger. Pero sobre todo, fuiste señor Corales de tu prosa y tu poesía: Un poeta.
No solamente poeta, sino rapsoda, y rapsoda ciego igual que Homero. El glaucoma fue quizás un regalo que te hizo tu madrina inseparable: la miseria. Y aceptarla como madrina es un error fatal. Por eso te quedaste ciego y no viste acercarse el reconocimiento a tu trabajo de toda la vida. Un día antes que te otorgaran una pensión vitalicia, preferiste ser parte de aquel otro circo lleno de esqueletos que seguramente te estaba aguardando hace tiempo para que le alegraras la vida.
Te mereces todos los lugares comunes del caso, Alfonso Alcalde, y quien escribe estas líneas, quiere recordarle a todos los desconsiderados de siempre, que el único lugar común que no cuaja en tu historia, es la del suicidio heroico. Si te hubieran recordado algunas décadas antes, quizás todavía estarías entre nosotros.
SELECCIÓN DE ALFONSO ALCALDE
"...fui contrabandista de cadáveres. Ascendí a un nuevo cargo, que era transportar a los muertos de una frontera a otra, entre Argentina y Brasil, para que saliera más barato el entierro. Me instalaba en un auto muy tieso, con el difunto sentado a mi lado, muy maquilladito para no despertar sospechas, y cruzábamos el peligro (...) al otro lado teníamos listo el ataúd y el nuevo maquillaje".
(de una entrevista concedida a "Revista de Libros" de "El Mercurio", 04/08/96)
--------------------------------------------
"...Pero ella dele con la porfía de encalillarse con otra cama con somier, pensando en malgastar el dinero como si yo fuera ministro cuando los catorce familiares dormimoslo más bien. Un poco estrechos, eso sí (hay que reconocerlo), sobre todo cuando llega el resto de la parentela del Sur, que son como once más, con sus utensilios de trabajo. Tienen la mala costumbre de acostarse con su pala, con su arado, con su buquecito de maní, con su manguera, con su escalera, con su garlopa, con su cachiporra, con su cuchillo carnicero..."
(de El auriga Tristán Cardenilla, pág. 73)
---------------------------------------------
-Me está entrando la duda -dijo la mujer viendo el desorden de la cocina-. ¿Quedará bien el artefacto? (...)
Atornilló (el maestro) con fuerza una de las llaves de la cocina.
-Péguele con el alicate -ordenó el otro maestro. (...)
Humito sale -dijo uno.
-Y olor a quemado también -agregó el otro.
-Pero si es el refrigerador -gritó (la empleada).
-¿Qué pasa? -preguntó uno de los maestros con aparente tranquilidad.
-¿Está saliendo fuego del rfrigerador!
-Con este invento nos hacimos ricos, maestro.
Oiga, parece que se le pasó la mano, fíjese. Los platos de la cocina están helados como la piedra.
-No me diga.
-Toque, toque. ¿Que no se está formando hielo encima? (...)
Un mozo con tongo lustroso y guantes entró a la cocina, agitado:
-¿Está saliendo agua hervida por la manguera! El jardín está hecho una miseria. ¡Se quemaron las plantas!
-Cierra la llave, pues, aturdido -le aconsejaron al sirviente.
(de El auriga Tristán Cardenilla, págs. 134/135)
ALFONSO ALCALDE. Prosista y poeta, nacido en 1921. Su variada obra literaria ha sido casi olvidada pese a los sinceros elogios quew recibiera de autores como Pablo Neruda y José Donoso. De su obra poética cabe destacar: Variaciones sobre el tema del amor y la muerte y El panorama ante nosotros.
Pero de su obra prosística breve la que configura una nueva estética sobre la figura del proletariado chileno, con un desusado sentido del humo y del grotesco. De su narrativa breve destacamos: El auriga Tristán Cardenilla (Ed. Zig-Zag, 1967) y Las aventuras de el Salustio y el Trubico (Ed. Quimantú, 1973).
Alfonso Alcalde se quitó la vida en 1992 , acorralado por los problemas económicos y físicos.
|
* Publicado en Revista Literaria Rayentru Nº11 - julio de 1996
|