Al interior del City Bar, en pleno centro citadino, nos enfrascamos en una amena plática con el escritor Poli Délano. En un rincón con lámparas de vidrio biselado, al lado de las ventanas protegidas con fierro fundido, entre el brillo de la madera lustrosa que reflejaron los recuerdos y anécdotas de nuestro entrevistado, quien fue Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, por dos períodos, y ocupó la Cátedra de Literatura Norteamericana en la Universidad de Chile hasta 1973.
Poli Délado cuentista y novelista, nacido en 1936, entre sus libros de cuentos encontramos 25 años y algo más; Dos lagartos en una botella; Los mejores cuentos de Poli Délano; Poli Délano Cuentos, antología. Entre sus novelas cabe destacar En este lugar sagrado; Piano Bar de solitarios; Como si no muriera nadie; El verano del murciélago; Humo de trenes.
-Háblenos un poco de su generación literaria.
-La generación mía detonó el año 1959, con una antología que hizo el escritor Armando Cassígoli, que era profesor en el Pedagógico, y que se llamó Cuentistas de la Universidad. Allí apareció por primera vez Antonio Skármeta, Christian Hunneus, fue la primera vez que se publicó un cuento de Jorge Teillier, estaba Jaime Valdivieso, Eernesto Mabrán y una serie de otros autores que han ido un poco quedándose en el camino. Ahí salió el primer cuento mío en libro. Yo había publicado antes cuentos en periódicos y revistas.
Esta generación que se empezó a mostrar ahí, fue luego enriquecida con nombres que se fueron agregando, eran escritores no de la Universidad, o por lo menos no del Pedagógico, como Luis Domínguez, José Agustín Palazuelos, Fernando Jerez, Ramiro Rivas, “El Mono” Olivares: Carlos Olivares, que sí era del Pedagógico pero era de los más jóvenes de la generación, cuando salió la antología no estaba, ingresó después. Fuimos bautizados como “Generación Novísima”, por José Donoso, que en ese tiempo era cronista de la revista Ercilla, y que hizo varios reportajes presentándonos. Diría que lo más importante que tiene esta generación, o grupo generacional, es que fue de un tipo de prosa, de narrativa, que tiene su paternidad en los escritores norteamericanos. La Generación del 38 y la del 50, eran más europeas. Nosotros fuimos más discípulos de la narrativa que hicieron Hemingway, John Dos Passos, Erskine Caldwell, Ring Lardner, y, posteriormente, Norman Maier y J. D. Salinger. Esa fue más o menos nuestra escuela. En oposición a la generación que nos precede, Donoso, Edwards, somos escritores de aire libre. La Generación del 50 como que toma de escenario siempre una casona, una casa de la vieja burguesía, y nosotros somos más de la calle, del parque, de la plaza.
Mi generación trabajó mucho por la inclusión, en la literatura, de las formas de cultura popular. En México es equivalente a la Generación de la Onda, donde José Agustín mete el rock. Skármeta metió el deporte, yo metí el tango, incluso uso letras de tangos, de boleros y de canciones para apoyar mis textos. De repente en vez de explicar una cuestión durante una página, pongo dos líneas de una canción que cantaba Sinatra y calza perfecto. Ahora, por ejemplo, está lo del comic y creo que todo cabe, pero hay que procesarlo bien.
-¿Su narrativa siempre ha estado cimentada en el realismo o escapa hacia otras vertientes?
-Está cimentada en el realismo pero sí escapa hacia otras vertientes también. Yo distinguiría, así a grosso modo, que en mi carrera como escritor, hay dos períodos marcados: uno desde que empecé a publicar -mi primer libro apareció en 1960-, hasta 1972, y otro a partir de entonces. La sitúo en el hecho de que hasta 1972 a mí me gustaba cultivar un realismo más seco, hemingwayano, muy duro de pelar -término que usan los críticos norteamericanos-, y después de 1972, cuando se publica mi libro de cuentos Vivario, le perdí el miedo a la metáfora, a la frase lírica, al ritmo poético en la narración y abrí las ventanas, y creo que eso enriqueció bastante mi prosa.
Los narradores norteamericanos nos enseñaron que era posible hacer cuentos y novelas sin utilizar un lenguaje engominado, solemne, que era posible perderle el miedo a usar palabras “feas”, a escribir como se habla. Y esa fue una tónica que algunos de mi generación tomamos e hicimos nuestras, y nos desarrollamos en ese camino. Skármeta, por ejemplo, diría que es con el que me siento más cercano, más ligado naturalmente, en un sentido literario.
-¿Dónde se siente más cómodo: nadando en las aguas de la novela o en las del cuento?
-No podría precisarlo con certeza, pero la verdad es que me siento cómodo en las dos. Yo soy un escritor impetuoso: escribo, escribo y escribo hasta que termino algo, no me detengo en la frase ni a pulir nada, escupo hasta que sale todo y después empieza mi parte artesanal de trabajo. En el cuento me siento bien porque casi nunca me levanto de la silla hasta que lo termino. Como el cuento es breve lo escribo de una sentada, que es como decía Poe que había que leerlo. El cuento es indivisible como un poema, no se puede leer de un soneto dos estrofas en la mañana y las otras al acostarse, porque tiene una unidad interior y hay que dar el chancacazo de una sola vez. La novela no se puede escribir de una sentada, y si bien, no es que me sienta más cómodo, me gusta más escribirla porque paso más tiempo con los personajes, me meto en el mundo en el que estoy viviendo, en el que empiezo un poco a desarrollarme yo mismo.
-A usted se le ha identificado más como cuentista que como novelista, ¿a qué obedece esto?
-No sé si es del todo justo porque yo creo que he escrito casi tantos libros de cuentos como novelas. Ahora más cuentos que novelas sí, porque un libro de cuentos trae 15. Supongamos que he escrito 10 novelas y 130 cuentos, por dar una cifra, pero los 130 cuentos están en 10 libros. Es probable que la crítica haya tendido a señalar que soy mejor cuentista que novelista, no me gusta esa aseveración porque daría un poco a entender que con la novela no me manejo bien y yo sí siento que me manejo bien.
-Tal vez eso se deba en parte a que, por ejemplo, que en los años 70 usted ganó casi todos los concursos de cuentos por varios años seguidos.
-La verdad en que la mayor parte de los premios que yo he ganado son por cuentos: Premio Casa de las Américas, Premio Municipal, Premio Nacional de Cuentos, en México, pero tengo dos Premios Municipales en novelas.
-Las editoriales tienden más a la producción de novelas, ¿influye eso en la obra de un escritor como usted?
-No, porque de influir yo no escribiría cuentos sino puras novelas. Siempre estoy escribiendo cuentos mientras escribo una novela. Yo nunca he escrito novelas demasiado largas, tampoco ya leo novelas demasiado largas. Mi tiempo para producir una novela es más o menos de un año. Entre escribir el primer borrador, dejarla reposar un tiempo para después tomarla y leerla como si la hubiera escrito otro y luego empezar el trabajo de pulimentación, el trabajo artesanal. Me gusta mucho el trabajo con el lenguaje, es otra fase menos impetuosa, distinta. Mientras escribo una novela me van saliendo algunos cuentos, que voy dejando por ahí. Cuando tengo 10, 12, 15 cuentos, publico un libro. Mi último libro de cuentos Solo de saxo, salió el año pasado. Ahora ya tengo un libro nuevo con 12 o 13 cuentos.
-¿Qué nos puede contar de la presentación de su última novela, La cola, recientemente editada en México?
-El día antes del lanzamiento de la novela, la editorial me tenía entrevistas, como una maratón con la prensa, todas en un mismo lugar, que es el Café de la Librería Ghandi. Allá en México existen estas cosas que nosotros necesitamos, y que no se ha podido hacer tradición aquí. Allí va gente con sus computadoras chicas, las enchufan, y se ponen a escribir, con un café o un agua mineral están toda la mañana. Yo la tomé como oficina y di todas mis entrevistas. El día del lanzamiento salieron esas entrevistas a media página y a página entera con fotos, como en diez diarios. Ese es un buen manejo promocional, un buen apoyo. Con la reedición de En este lugar sagrado pasó lo mismo, cuando fue la presentación sólo quedaban como 12 o 13 ejemplares.
-¿Cómo ha sido experiencia vivencial y literaria en México?
-México para mí ha sido un país sumamente importante, en toda mi vida y en mi formación. Primero debido a que pasé ahí mi infancia. Viví en México desde los 4 hasta los 10 años, y eso significa que allí aprendí a leer, a escribir, aprendí a comer, tuve los primeros amigos, la primera pololita. Después tuve un exilio de casi 11 años, donde mi relación con México se profundizó bastante, y me llevó a ser medio mexicano. Yo me considero “bilingüe”. Me acuerdo que se me empezaron a meter giros y ritmos mexicanos en la prosa. Y me alarmé primero, porque uno cuando está exiliado se aferra más a su país, quiere ser más chileno de lo que se es, usando el lenguaje en todo, como clave. Muy chilena es mi novela En este lugar sagrado, que es lo primero que escribí en el exilio, y me alarmó esto de que se me estuviera metiendo el mexicano y después dije sí, es natural, lo dejo. No es que yo esté escribiendo así por dármelas de algo, no, era un proceso natural, entonces le di entrada. Algún editor acá me ha dicho “aquí hay algunos mexicanismos, podíamos cambiarlos”. No, le he dicho, me salen así.
En mi novela Piano Bar de solitario hay dos personajes chilenos exiliados, los demás son mexicanos, y uno de estos exiliados va comparando la manera de decir las cosas. Me acuerdo que el personaje dice “cartera de piel de cerdo” y en chileno eso es “billetera de cuero de chancho”. No hay ni una palabra igual más que “de”.
-Con respecto al lenguaje pareciera que todavía existe una actitud recatada en los narradores chilenos.
-Eso puede ser un aspecto derivado del cartuchismo nacional que siempre está presente. Los chilenos hablan de una manera bastante desaforada, pero cuando escriben no lo hacen de ese modo. Doble estándar.
-¿Ha detectado algún cambio en la forma y lenguaje de las nuevas generaciones de narradores?
-No. Creo que entre los jóvenes que más me gustan, y a lo mejor esto tiene una razón natural de familia, están Ramón Díaz Eterovic, que trabaja con un lenguaje sin contención, y Alberto Fouguet. Los dos se parecen más a mi generación, en su manera de abordar la temática. Ellos son escritores donde se ve que están detrás de sus personajes, y eso me gusta sentirlo. Hay otros escritores que son muy buenos literariamente pero no siento esa cercanía entre ellos y su personaje, entonces me atraen menos porque están más inventando que sacando las tripas para afuera.
-Llama la atención que sus libros se editen más en México que en Chile, ¿a qué obedece esta situación?
-Como viví casi 11 años en México, hay por lo menos 10 libros míos que se editaron allá, y que tuvieron crítica en Puerto Rico, Barcelona. Cuando retorné a Chile, en 1984, empecé a buscar la misma forma de vivir que tenía en México y me fue bien, pues a los tres meses de llegar ya tenía una novela publicada, la que el editor me pagó por adelantado pensando que yo venía con una mano adelante y otra atrás. Esa novela ganó el Premio Municipal de Novela y debido a eso se cerró este Premio por cinco años, porque esto fue durante el gobierno de Pinochet, en 1985. En Teatro ganó Jaime Miranda con una obra sobre el exilio. Dos retornados con premios públicos de la Municipalidad, casi le costó el puesto al Alcalde. Este Premio se volvió a abrir después de esta, dizque democracia que vivimos. Después hice un taller. Editorial Planeta se abrió a la literatura nacional e inició la colección Biblioteca del Sur con dos novelas, una de Jorge Edwards, El anfitrión y otra mía llamada Como si no muriera nadie, novela sobre el Pedagógico. Con ese libro, de 3.000 ejemplares, no pasó nada más que en Santiago, Valparaíso y Concepción, Nunca nadie afuera del país supo que existía este libro. En cambio, con editorial Andrés Bello, mi libro El humo de trenes, con un tiraje de 14.000 ejemplares, ha llegado a Costa Rica, México, España, Argentina y otros países. En octubre se hace la 2da. edición. Editorial Alfaguara me tuvo un libro mío seis meses sin darme nunca una respuesta. En México tengo lectores, amigos y editores, entonces volví a la Editorial Grijalbo, una de mis primeras casas editoras en México, donde publican mayor cantidad de ejemplares de los que hacen aquí y además me pagan los pasajes para acudir a los lanzamientos. Los libros míos llegan a Argentina y se venden aquí en Chile también.
-¿De qué otra manera se ha hecho presente en el medio literario mexicano?
-En México, desde hace más de 10 años, colaboro en varios medios. Tengo una columna semanal en el periódico El universal; escribo también en Reforma, en la revista Milenio donde soy parte del consejo editor y en La Jornada Semanal, un suplemento del diario La Jornada. Cuando llegué a Chile, en dictadura, colaboré con la revista Apsi, cuando salió el periódico La Época estuve entre la primera nómina de columnistas, y ahora no tengo tribuna donde escribir. Pienso que puede tratarse de una discriminación política.
-¿Cuáles son sus próximos proyectos literarios?
-Mi próximo proyecto es la publicación de otra novela que ya tengo escrita. Siempre tengo como dos o tres cosas inéditas, carta bajo la manga. Escribí una novela el pasado en un mes y medio. Me vino la locura: trabajé 8 a 10 horas diarias. Esa novela la estoy dejando descansar un rato para tomarla ya el próximo mes y hasta fin de año trabajarla bien. Me salió enterita de estructura y yo creo que bien interesante de temática, esa va a ser mi publicación del próximo año. Y probablemente un libro que me pidió la editorial Grijalbo de México, que me dijo “los cuentos completos”, yo dije que no me parecía porque no me he muerto todavía. Puede que escriba cuentos por veinte años más, entonces qué pasa con los que vienen. Es lo mismo que pasó el año 1969 con mi primera antología de mis cuentos, que se llamó Los mejores cuentos de Poli Délano, después de eso he escrito por lo menos 80 cuentos más que yo creo que son mejores que aquellos “mejores”. Es interesante fijarse en los títulos. Cuentos completos no, pero Casi todos los cuentos… Quieren hacer un libro grueso. Tengo también que retomar algunas cosas terminadas, una novela corta sobre un antepasado mío que fue capitán de barco, quizás pirata. Eso no lo siento terminado pero tengo ganas de hacerlo para que también se publique.
Dimos por terminada esta conversación para no quitarle más tiempo a la escritura de este narrador chileno, y Poli Délano, golpeado por la vida, pero vigoroso, nos encamina con una bonachona sonrisa hacia la puerta giratoria del City Bar.
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Fotografía de Nelson Cáceres Araya
* Publicada en Revista Literaria Rayentru Nº15 - primavera del 1999