DELIA DOMÍNGUEZ: Poesía del Sur
por Ricardo Gómez López
Delia Domínguez, poeta, prosista y periodista, nacida en "tierra de leones" (Tacamó, Osorno), hija de la lluvia y la poesía, Miembro de la Academia Chilena de la Lengua, acredita importantes premios de poesía, entre ellos: Premio Pedro de Oña, Santiago, 1963, y una contundente obra poética. Algunas de sus publicaciones: Simbólico retorno (con prólogo de Daniel de la Vega, 1955); La tierra nace al canto (1958); Obertura siglo XX (1960); Parlamentos del hombre claro, (1963); Contracanto (1968); El sol mira para atrás (con prólogo de Pablo Neruda , 1977); Pido que vuelva mi ángel(1982); La gallina castellana y otros huevos (con prólogo de Gonzalo Rojas, 1995), que obtuvo el Premio Municipal de Poesía, Santiago, 1996.
Delia Domínguez, además de ser fundadora de la revista “Amancay”, cumplió por varios años una importante labor en la revista “Paula”: Parte de su obra está traducida al inglés y publicada en más de 20 antologías hispanoamericanas.
En su departamento de Santiago, sembrado de objetos familiares, un retablo de la Tatiana, la Gallina Castellana de Claudio, los grabados ingleses que Neruda pretendía para él -y que su dueña nunca soltó-; muebles y artefactos acarreados del campo y un duende de los bosques del sur que agazapado se esconde en el cajón de la alacena, mientras desde la terraza nos saludan los helechos y las innumerables plantas, nos entregamos a la grata tarea de conversar la vida y la poesía con esta poeta llegada de Osorno, donde el sur también es Chile:
-Háblenos acerca de sus compañeros de ruta poética.
-Yo soy una mujer muy cercana a la Generación del 50. Diría que metida en esta Generación, tal vez por mi origen y mi vivencia provinciana no estuve en el baile de estreno de esa Generación. Mis compañeros de ruta, no digo fueron, sino que son, Enrique Lihn, Jorge Teillier que estaba en la frontera de esa Generación porque era algo menor que nosotros, Estela Díaz Varín esa tremenda poeta y colorina, Efraín Barquero, Armando Uribe Arce, entre otros. Ellos son mis pares en esta avanzada de la poesía que fue, y que partió, en ese momento como la Generación del 50.
-Su cercanía con los poetas de la Generación del 60 ¿la hacen sentirse más identificada con ellos?
-Hablando así desnudamente -a calzón quitado-, te diría que siento más identificación con los del 60. Hay una ligazón, una amarra que me une en forma profunda, en el sentido más bien temático de la poesía y de su construcción. Que me perdonen los del 50, pero yo estoy mucho más cerca de Jaime Quezada, de Floridor Pérez, de Oscar Hahn, que de las grandes vacas sagradas de la Generación del 50, a la cual pertenezco por cuestión de época.
-¿Mantiene contacto con los jóvenes creadores?
-Mucho contacto, y en ese contacto yo soy la gananciosa o la chupadora de sangre. Porque para mí es un elemento vital, como el respirar, el estar en perpetuo diálogo con la gente novísima, muy joven, como son los poetas de entre los 20 y los 30 años, sobre todo "mi grupo", y digo mi grupo de escritores porque son como mis hijos y mis nietos literarios, que habitan desde La Frontera al sur. En la Universidad de Los Lagos se junta un grupo que tiene talleres y que ya han hecho unas publicaciones locales de una manera esplendorosa.
-Su poesía ha sido definida como intimista y femenina -si fuese música podríamos compararla con la de cámara-, ¿ha sido dificultosa la elaboración de un discurso más universal?
-No ha sido dificultosa. Porque nunca en mi poesía, en mi escritura -digamos de una forma más general-, ha habido un sentimiento pre concebido. Es toda una historia de la vida que se va relatando a través del lenguaje escrito, pero sin una pre concepción de encasillar eso dentro del intimismo o dentro de una poesía ampulosa o de resonancia cósmica si se quiere. Alguna vez, hace muchos años, a mí me calificó Don Ricardo Latcham -que fue un gran crítico chileno-, como la primera poetisa de tono mayor y acento contemporáneo que produce el sur de Chile. Aludo a eso por lo que tú me estás preguntando. Yo, francamente, no sé si soy de tono mayor o menor. Lo que a mí me interesa, como mujer y como poeta, es ser bien entonada en un sentido humano y literario.
-¿De quién heredó su enjundia poética?
-No sé, tal vez por el lado Domínguez me viene un bisabuelo que dicen contaba en verso la revolución del 91, o más bien la heredé de esos abuelos colonos, alemanes, y de sus travesías de a caballo por los bosques del sur. Yo creo que nadie que venga de esos orígenes, donde se recorrió casi la punta de la Cruz del Sur a caballo, puede dejar de ser poeta. Pero creo que me viene no sólo por la sangre sino que, más que nada, por la geografía.
-¿A quienes reconoce como sus maestros en poesía?
-Reconozco a muchos maestros. No soy un milagro de generación espontánea. Empecé a sentir la poesía leyendo a Whitman y algunos poetas ingleses, pero más que nada a los románticos alemanes. En el escritorio de mi abuelo campesino -no diré biblioteca porque suena muy ampuloso-, junto con los libros de ganadería había libros, incluso en alemán, de Hölderlin, de Rilke, de Goethe, y eso me fue nutriendo la cabeza y la imaginación. Entonces tengo una gran influencia del romanticismo alemán, tanto en poesía como en la música: Beethoven, Brahms, Shubert, todo eso me sacude el alma... Ahora estoy con Malher, aunque no sé si será romántico.
En la lírica reconozco muchos poetas, y, acercándonos, y situarme en Chile, no puedo -como dice la señora de Rupanco-, "desnegar" la influencia Nerudiana que para mí fue tremenda en lo intelectual y en lo espiritual. Toda esa forma de escribir y de sentir y de mirar el sur de Pablo, influyeron mucho en mi texto y en mi discurso poético. Y también, aunque estaban peleados -pero ya no pelearán en el cielo de Dios-, reconozco influencia rokhiana, esa me lo hizo ver otro de mis maestros: Gonzalo Rojas, porque a veces uno no se da cuenta y te lo dicen de afuera, entonces podría ser yo nerudiana-rokhiana. En lo que respecta a prosa y narrativa: Henry Müller, Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz, Borges... Esos son mis grandes maestros.
-¿El hecho de ver interrumpida su carrera de Derecho, le provocó algún desencuentro existencial?
-No, no me provocó ningún desencuentro existencial a pesar de que vengo de una familia de juristas, con padres, tíos y sobrinos abogados, porque mi arraigo y mi derechura existencial estaban ya escritas en la tierra. Al dejar el Derecho volví a sembrar papas y hacer crecer los trigos y criar terneros, como lo sigo haciendo hasta ahora a los sesenta y tantos, porque para mí lo fundamental es la tierra, su gente, su habitante campesino y yo, y ese es mi entorno, pero por sobre todas las cosas: Dios.
-Usted es una poeta prolífera, ¿hay algunos libros que se quedaron en el camino?
-Hay uno o dos libros de cuentos que se quedaron inéditos, porque, después de los 60, quiero pegarme la gran virada al cuento. Estos se me quedaron tal vez en las repisas cuando trabajaba en la revista Paula, porque me absorbió tanto el periodismo que no tuve espacio físico, ni tiempo de reflexión para publicarlos. Cuando publiqué La Gallina Castellana..., esto parece chiste de Don Otto -no por algo soy medio alemana-, se me perdió en un taxi la mitad de los originales del libro. Un medio pollo, una media gallina anduvo extraviada por seis meses, pero cosa de milagro: los recuperé después de que el libro ya había sido publicado.
-Qué ha significado para usted su incorporación a la Academia Chilena de la Lengua?
-Ha significado el sentirme como pasada por el civil de la literatura chilena. Antes era como hija natural de la provincia, pues, como todos los poetas también me sentía marginal en esta sociedad establecida. Pero cuando se me comunicó que yo estaba elegida -porque eso es por votación democrática y secreta, nadie sabe hasta cuando es elegido-, y se me comunicó mi designación para ocupar el sillón número cuatro, que fundó don Diego Barros Arana y que yo heredé de don Diego Barros Ortiz, me sentí como pasada por el civil, o sea, reconocida de padre y madre...
-Su vida campechana, en Osorno, ¿ha sido preponderante en su creación poética?
-Absolutamente. Porque sigo en mis praderas osorninas, por la gracia de Dios, viviendo de mis sesenta para arriba. Ha sido fundamental en mi formación como mujer y como poeta, porque yo soy un producto de mi entorno, soy una tipa identificada absolutamente con lo que la rodea, con los niños campesinos que están en esa escuela a la entrada del campo, con la madre campesina, con los atardeceres, con la hora que se acuestan los pájaros, con las parisiones de las vacas en primavera..., o sea mi lenguaje cotidiano de mujer y de escritora son uno solo, y ese es el lenguaje silvestre del campo.
-Santiago-Osorno, Osorno-Santiago, ¿estos viajes dejan algo de poesía?
-Mucha, porque diría que la carretera es una gran inyectora, productora de poesía. Son 950 kilómetros -desde que se suprimió la cuesta de Lastarria-, en donde voy como tomándole el pulso a toda esta zona central y el sur de Chile, porque cada mes y cada hora tiene una luz distinta sobre la tierra. Entonces pienso en toda esa generación beat de los Estados Unidos, de la década de los 50, que vivían viajando arriba de los trenes, de los camiones, y después en las motos. Entonces yo viajo en mi camioneta y siento esa misma renovación de mirada cuando voy por la carretera.
-Cuál es su fórmula para mantenerse tan vital.
-Moverme mucho, subir y bajar escalas en mi vieja casa osornina que ya tiene 97 años; criar animales y preocuparme, fundamentalmente, del ser humano que me rodea. A veces pongo inyecciones a las viejas del campo; ando pidiendo gallinas; me preocupo de las semillas de papas -con mucho orgullo puedo decir que Jaime Quezada ha probado cinco clases de papas que cultivo en mi huerto-, así que tengo una vida muy activa en lo físico para mantenerme más o menos derechita.
-¿Delia Domínguez -la Gallina Castellana-, le regalará al futuro más huevos de su gallinero poético?
-Yo no quiero que mi gallina se me ponga clueca ¡Jamás! ¡No se me puede encluecar!, así que además de lo que recuperé en el taxi tengo media nidalada más de huevos para publicarlos, pero ahora quiero hacer un viraje y ver si publico cuentos que ya tienen un título provisorio... Lo que sucede es que, en Tacamó, yo vivo en medio de un cuento, entonces por qué no contar por ejemplo que Los Mariachis de Tacamó tienen a las mujeres trastornadas. Estos son tres muchachos, dos obreros campesinos y un mecánico, que tienen un conjunto ranchero que se llama Los Ayala y que cantan maravilloso..., por ahí estoy enhebrando mis cuentos.
Animosos, saliendo de esta historia cargada de poesía, nos despedimos de esta Delia, mujer-poeta, sin antes dejar, a modo de epílogo, la imagen del director y subdirector de Rayentru, caminando hacia Providencia a tomar el Metro, con sendas bolsas de papas rubias, cosechadas por nuestra anfitriona, en las tierras de Osorno. Nuestras amplias sonrisas son versos que coronaran este familiar encuentro con aquel poema que se reescribe a diario desde el cariñoso sur de Chile.
Gracias Delia, por tus palabras, hospitalidad y poesía... Ah, y por supuesto, por tus sabrosas papas de corazón amarillo.
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