-¿Cuándo nace Manuel Silva Acevedo a la poesía?
-Digamos que el acta de nacimiento o el parte de bautismo me remite a la vieja Academia de Letras Castellanas del Instituto Nacional, la ALCIN. Estamos hablando de 1957, cuando yo tenía 15 años. No sé qué hados me empujaron a asomarme por la biblioteca del liceo donde sesionaba dicha academia. Allí se me abrió todo un mundo nuevo, el mundo de la creación literaria, en la estimulante convivencia con tipos notables como Antonio Skarmeta, Carlos Cerda, Waldo Rojas, Antonio Rojas Gómez, Ignacio Chávez, entre otros. De entonces datan mis primeros poemas, que para mi suerte se esfumaron, pero de los que mis amigos suelen recordar algunos fragmentos que me sonrojan.
Lo cierto es que gracias a los buenos oficios de nuestro mentor, el bibliotecario don Ernesto Boero Lillo, recibíamos la visita frecuente de escritores consagrados, como José Donoso, González Vera, Eliana Navarro y José Miguel Vicuña, o de actores como Roberto Parada y María Maluenda, cuyo trato afable nos hacía sentir partícipes en ciernes del parnaso criollo.
¿Cuáles son los mundos de interés que motivan su creación poética?
-A mi generación le tocó vivir en los años sesenta grandes conmociones sociales en todo los ámbitos, de las que no me sentí ajeno; no obstante, mi escritura se encaminó más bien hacia una pesquisa interior, de búsqueda de sentido en un mundo que parecía desplomarse y otro que pugnaba por emerger, aunque la historia se encargaría de contrariar nuestras predicciones y deseos con una morisqueta implacable. En el fondo, constato que más bien me sentí atraído por figuras y elementos arquetípicos cargados de una significación enigmática y atemporal, léase “lobos y ovejas”, por ejemplo, aunque el bestiario que aborda mi poesía es más vasto y más variado.
Por otra parte, está el tema del amor, el eros, que también he tocado, tocado digo con cierta obsesiva inclinación, cual si se tratase de un objeto de deseo difícil o imposible de poseer enteramente; el misterio que encierra la mujer y el arcano del vértigo de la carne, como un código etológico que nos impulsa y obliga a cortejarlas ad infiniítum.
¿Hacia dónde se orienta su discurso poético y qué le interesa plasmar en sus poemas?
-Probablemente, mi discurso lo constituye más de un discurso, aunque la voz puede que sea la misma.
Es difícil definir con precisión la orientación de un poema, cuyo sustrato será siempre el inconsciente de donde brotan las palabras y las imágenes en un (des)orden y una dirección que el poeta intenta gobernar, aunque muchas veces termine siendo gobernado por el dictamen de su lado desconocido.
Tomemos por caso Lobos y ovejas, donde el hablante es un ser polimorfo, proteico, que adopta ya sea la identidad del lobo o de la borrega, o de ambos a la vez, para trazar una suerte de parábola del bien y del mal, aunque exenta de todo moralismo.
Pero si nos referimos a Terrores diurnos nótese, “diurnos”, no nocturnos o a Palos de ciego, o incluso a Desandar lo andado, en ellos el discurso se autoflagela en la toma de conciencia de su incapacidad para aprehender y representar la realidad. Entonces, el silencio brilla por su ausencia.
-Relátenos algunas experiencias con sus compañeros de generación.
-Son tantas y tan ricas que cuesta elegir una o algunas. Los encuentros de poesía en Valdivia, Concepción o Valparaíso durante los sesenta y comienzos de los setenta son momentos de una generosa y fraternal convivencia con mis compañeros de ruta, con quienes además compartíamos revistas de poesía como Trilce, Arúspice, Tebaida e incluso Orfeo, dirigida por Jorge Teillier. Cada uno de nosotros siguió su propio camino y nunca procuramos erigirnos como la voz única, prevaleciendo sobre la de los compañeros. Nos sentíamos hermanados en la búsqueda de un lenguaje propio y renovador, pero sin abjurar de la tradición en la que se hundían nuestras aún incipientes raíces. Esta comunidad de oficio es lo que me permite hoy celebrar como propios los logros de Óscar Hahn, Omar Lara, Waldo Rojas, Gonzalo Millán, Floridor Pérez, entre otros. Nuestra generación de los sesenta, que algunos “iluminados” han pretendido saltarse como en el juego de damas según la imagen de nuestro recordado Millán, obtiene hoy importantes reconocimientos debido a la calidad, honestidad y persistencia de su obra.
-Algunos poetas de los cuales reconoce maestría en el oficio, y porqué.
-La Mistral, por su hondura, su despojamiento, su austeridad, su pobreza franciscana. Anguita, por su talante estético y metafísico, su malabar surrealista y creacionista. Lihn, por su lucidez y crudeza feroz, su coraje y autenticidad, su temple nietzscheano. Uribe, por su destreza verbal, su filo que rebana y desenmascara, su atrevimiento.
- ¿Qué elementos consideraría para calificar un poema como “bueno”?
-Que esté cargado de significación como una bomba de racimo. Que produzca un estremecimiento emocional y un cambio radical en nuestra percepción. Que se eche a volar más allá del horizonte conocido. Que se renueve en cada lectura como el mar se renueva. Que contenga algo secreto, pero que nos dé una pista.
-¿Cree que el poeta debe cumplir o tener alguna labor social, como creador literario?
-Me atrevo a decir que el deber de todo poeta es hacer buena poesía, lo demás viene por añadidura.
-Dénos su opinión sobre la actual producción poética de los jóvenes, abarcando su lenguaje y temáticas, también algunos nombres que le merezca resaltar.
-Por de pronto, no conozco toda la actual producción poética de los jóvenes. De la que conozco, pienso que la poesía joven más prometedora es aquella que reconoce y se vincula con la tradición que la antecede. Es también aquella que se toma su tiempo y no se desvive por “aparecer”, epatar o llamar la atención mediante recursos de dudosa calidad y autenticidad.
En cuanto a la temática, nadie podría discutirle a los jóvenes su derecho a abordar aquellos temas que les atañen y los inflaman de ira, fervor, desprecio o indiferencia. También en materia de lenguaje es su prerrogativa explorar nuevas formas y modos de decir. Pero si no han leído, su propuesta será pobre, endeble y precaria, para no hablar de la vulgaridad que es una amenaza más que evidente.
Si de nombres se trata, siempre resulta ingrato mentar a algunos y obviar a otros. No obstante, me permitiré aludir a Damsi Figueroa y Rafael Rubio, con dos estilos y temáticas bien diferentes, pero que muestran un dominio y originalidad que los ubican en la primera línea de la creación poética joven.
-¿Qué espera el Manuel Silva Acevedo persona del poeta que lo habita?
-Que me acompañe hasta el día de mi muerte y que después de muerto hable todavía por mí.
-¿Cuáles son sus próximos proyectos poéticos?
-Para decirlo en términos rokhianos, trae mala suerte destapar la marmita mientras se prepara el cocimiento. Sí puedo adelantar que algo se está cocinando y que oportunamente se llamará a la mesa.
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Fotografía de Nelson Cáceres Araya
* Publicada en Revista Literaria Rayentru Nº27 - verano de 2007