JOSÉ ÁNGEL CUEVAS: un poeta resistente
José Ángel Cuevas, nació en Santiago (1944), poeta y profesor de filosofía: Algunos de sus textos han sido traducidos en revistas de Estados Unidos, Suecia y Francia. Obras publicadas: Efectos personales y Dominios públicos; Introducción a Santiago; Contravidas; Canciones rock para chilenos, Cánticos amorosos y patrióticos; 30 poemas del ex-poeta José Ángel Cuevas; Adiós muchedumbres; Proyecto de país; Poesía de la comisión liquidadora.
-¿Cuándo nace a la vida el poeta José Ángel Cuevas?
-El poeta como escritor, nace a fines de la década del 60. Yo viví en un ámbito muy cargado de vida, de vitalidad poética, con la musicalización de Chile y de América Latina a través del rock, los Beatles, la música andina que estremeció nuestros corazones, y también en ese fragor de Levantamiento Social, como estudiante de un sector universitario -el Pedagógico-, viví a fondo esa verdadera maravilla, la escena profunda que fue esa época a fines del los 60 e inicios de los 70. Ahí es donde yo interpreto que me formo en un poeta de lo público. Noches como la del Mundial del 62, cuando yo era adolescente, o como los grandes triunfos políticos populares, toda esa enorme felicidad, de una parte grande de la ciudad estremeció mi ser y desde allí me dispuse a escribir.
-Háblenos de sus compañeros de Generación poética.
-La parte oficial de poetas que entraron en ese tiempo yo la ignoré: nunca conocí a Floridor Pérez, a Jaime Quezada ni a Gonzalo Millán, porque junto a mis compañeros poetas vivíamos en el trasfondo de la ciudad, ese escenario grande que era Santiago y sus recovecos. Con ellos viajábamos a dedo recorriendo Chile y América. Con mis compañeros de generación conformamos un grupo que se llamó “América”. Íbamos a sindicatos, poblaciones, y participábamos con la gente. Vivimos la música, la convivencia, con Jorge Etcheverry, Jaime Silva, Naín Nómez y otros grandes amigos, éramos, en esos años, muy vitales y transgresores de por sí; tipos que a veces caíamos mal porque nos encontraban irónicos, risueños, burlescos. Esas eran las características de aquella promoción…, y seguimos así -en buena hora-, como jugando la vida a pesar de los tremendos dolores que hemos vivido.
-¿Por qué en su discurso creativo se manifiesta una constante preocupación por los acontecimientos político-sociales del país?
-Nosotros tomamos conciencia de que el mundo era uno; de que éramos responsable de Chile e internalizamos mucho el Estado de Chile: estábamos preocupados de lo que pasaría con el cobre, con los trabajadores, con los hospitales, con la educación; de cómo iba a desarrollarse el ser humano, cómo iba la persona a ser más feliz, cómo aquellos que habían sufrido tanto en el campo, en las minas, iban a vivir una vida y un futuro distinto, de modo que nos abrimos ampliamente y nos hicimos cargo metiendo a Chile en nuestros corazones, en todo lo que se estaba discutiendo, hasta cómo se iba a gastar la plata pública, en fin, y así es como deber ser realmente porque nosotros somos habitantes de Chile y tenemos que luchar por la felicidad de las personas de Chile. La literatura, las artes y toda lo cultural contribuyen al crecimiento de la persona, por eso pedimos una televisión universitaria, y la hubo, y que la voz de todos los chilenos se escuchara a través de esos medios. De ahí que existe ese sentimiento público en mi poesía.
-¿Reconoce a algunos maestros suyos, o no los tiene?
-Sí, sí, indudablemente que los tengo, podría decir que fueron las mismas personas audaces y gloriosos compañeros de generación con los que vivimos las jornadas más locas en los puertos, en Valparaíso, en Chuquicamata. Yo soy un poeta de la modernidad, entonces mis grandes maestros tienen que ver con los anti-poetas, con el sentimiento de la poesía de una sociedad que no es del siglo XIX, que no es del romanticismo, que no son los relatos medievales -que también respeto-, sino que son todos los aportes hechos a una concepción distinta de la vida del ser humano, como es la modernidad y después la posmodernidad que nosotros vivimos y estamos, de algún modo, viviendo. En esos poetas están los anti-poetas: Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Ezra Pound, Bretch; la poesía inglesa que es la poesía de los hechos, Williams, Eliot. Diría que eso son los grandes maestros que plantean cómo hacer una lírica de los acontecimientos, de los lugares, los edificios, del mundo, de cómo internalizarlo y transformarlo en poesía. Pero respeto a todos los poetas y gozo realmente con ellos. Buena poesía hay en todas las corrientes y líneas poéticas.
-¿Qué le exigiría usted a los poetas, como creadores y ciudadanos del mundo?
-Les exigiría a todos los seres humanos una vida ética, una correspondencia entre sus actos y sus palabras, amor al prójimo, respeto al bien común, sobre todo en estos momentos en que estamos viviendo circunstancias tan desagradables como es la pérdida del valor del ciudadano en manos de una sociedad mercantilizada. Ahora, más que nunca, habría que levantar al ser humano, levantar el respeto por el otro y restablecer ciertas normas de convivencia, de comunidad. Jorge Teillier decía: “lo que importa no es escribir buenos o malos poemas sino transformarse en poetas”, él quería decir: vivir lo maravilloso, alejarse de lo cotidiano. Pero yo digo que la vida real es muy cotidiana y es ahí donde uno tiene que jugársela a ser poeta: en su trabajo, siendo cajero, vendedor, profesor… Realmente hay que poner el cuero duro y mantener ciertos principios.
-Lo hemos visto compartiendo con poetas veteranos, jóvenes y de su generación, ¿cómo se da esta relación generacional diversa?
-Siento mucho cariño por todos los poetas y me siento cómodo en la forma juguetona, lúdica que tienen los poetas viejos, jóvenes o niños. Hay un encuentro maravilloso que se hace en Puerto Montt, que se llama Arco iris, donde justamente van poetas de todas las edades. Allí se conversa, se comparte. El poeta de por sí es creador, es inventor de cosas, de juegos, de palabras, de anécdotas, de acciones, entonces se pasa muy bien. A mí no importa que el poeta sea bueno o malo. Hay quienes dicen que hay que juntarse sólo con poetas buenos, esta especie de aristocracia la rechazo. Respeto a todo poeta siempre que sea una persona honesta y consecuente. Nunca he buscado juntarme con los famosos, prefiero al hombre común y corriente, y a veces encuentro más poesía en la gente que no escribe que en la que escribe.
-¿Percibe que los escritores chilenos estén un poco disgregados?
-Coexisten muchas generaciones: del 38, del 50, del 60, de los 80…, pero hay pocos espacios para reunirse. Yo voy a la SECH (Sociedad de Escritores de Chile), por ejemplo, y me junto con una cantidad de personas que tienen mundos duros dentro de sí, que han pasado muchas cosas en esta época que hemos vivido. Hay escritores que son más exclusivos y van a otros lugares... Creo que en la época que estamos viviendo, de diversidad, de desperdigamiento y de fragmentación verdadera, es que existen esas distinciones, pero yo no veo que haya tanta desunión.
-¿Porqué las editoriales publican más narrativa que poesía?
-En estos últimos años la poesía ha tenido un mal trato por parte del mercado. Las grandes empresas editoras han privilegiado a la novela, con cierta razón porque la novela cuenta historias y lo que se necesitaba era contar historias, entonces el poeta, especialmente el lírico, ha quedado más distanciado, pues, con su conducta, se ha transformado en la resistencia del sistema. Hay personas que verdaderamente creen en él, de entre todos los tipos que han emergido en estos años, los grandes comerciantes, los chicos yuppies, el hombre de las mayorías silenciosas…, entonces se confía en él, porque el poeta no gana nada, porque no está en el mercado y su palabra es respetable porque representa una forma de resistencia al sistema, y tiene mucho valor ético el que sea considerado así.
-¿Cómo explica el fenómeno de que en Chile se escriba mucha poesía y, por otro lado, exista poco público lector?
-Tienes razón. En una oportunidad María Luz Moraga me dijo que existían como 500 talleres literarios. Yo sé, que en los trasfondos de la ciudad, del país, hay una necesidad de una cierta poesía. Hay más de un 40% de habitantes con depresión, esto nos dice que el dolor humano es fuerte en una ciudad que ha crecido de manera desorbitada sin que nadie se haya preocupado de quererlos. La gran crítica que hago, es que después de vuelta a la democracia, no ha habido una preocupación por refundar, rehabilitar el alma de las personas, sobre todo del pueblo. Las personas al quedar solas, botadas, sin comunidad -porque no se ha reestablecido la comunidad-, asumen la escritura, el lenguaje, que es lo más propio del ser humano, para volcarse hacia la expresión poética. Existe, en todos los seres humanos, una necesidad de escribir. En este momento la poesía es una forma de resistencia, como dije, algunas veces ha sido otra cosa. Estos fenómenos que están pasando en el trasfondo alguna vez van a emerger, y se está formando desde allí cierta cultura, cierta necesidad, cierto matiz del alma juvenil, que bien encaminada va a lograr en un tiempo más formar otra cultura en Chile. No hay que esperar con las manos en los bolsillos. Ojalá que el nuevo gobierno haga algo para que la cultura sea más fuerte, y que el presupuesto destinado a ella -el 1,5%- sea mucho más alto, y que se comprenda el valor que tiene en el ser humano, la vivencia de lo cultural, del arte, en mejorar su vida.
-A que poetas postularía para el Premio Nacional de Literatura, y por qué; ¿objetaría a algunos de los ya galardoneanos?
-En este minuto elegiría a Armando Uribe y Raúl Zurita. Hacia Zurita siento una profunda consideración, porque entre los años 70 y 80 él acertó en una necesidad, que era para todos los que estábamos en esa oscuridad, de volver a abrir las imágenes del país: refundar el país, porque el país que nosotros manejábamos había caído, había muerto, sin embargo la necesidad era meter la mano más adentro y volver a fundar el imaginario de Chile, y le agradezco profundamente a Zurita haberlo hecho, el haber creado las imágenes de las playas, los pastos, las cordilleras de Chile, porque entregó al alma de los chilenos un país más amplio, una profundidad muy grande. Yo le tengo un tremendo respeto y cariño, así como a muchos otros. Yo me valoro a mí mismo -no me daría el Premio, desde luego, pero me valoro-, por representar en mi poesía, de manera majadera, el sentimiento del aplastamiento de grandes sectores, del alma del ser humano, de los horrorizados.
Los Premios son algo tan azaroso…, a veces se dan y coinciden por mayoría, en otras se pagan favores entre sí. No siempre se han otorgado considerando lo que yo considero... Pero sé que todos los que han sido Premiados tienen su obra y han hecho un trabajo.
-¿Qué factores influyeron para que su libro Proyecto de país (Mención Honrosa Premio Municipal de Literatura, Santiago, 1995) tuviese una buena crítica?
-El libro en sí está escrito de un modo directo, moderno. Todas las partes que contiene son trozos de los seres humanos chilenos, de sus almas. Creo que se produce un acierto tanto en lo lingüístico como en la necesidad espiritual del momento de lanzar, de rearmar el país, de hacer una limpieza a fondo en este Hospital Chile.
-¿Su último libro, Poesía de la comisión liquidadora, es una continuidad de Proyecto de país?
-Tiene que ver con eso. Estaría en la misma magnitud, pero Proyecto de país es un texto proyecto en sí mismo, es una unidad, mientras que en este otro libro, Poesía de la comisión liquidadora, son poemas separados que dan vuelta en la misma cosa, como de ajustar cuentas, de llamara una comisión investigadora de cuentas. Cuando hay una quiebra se llama a una comisión liquidadora…
-¿Cómo lleva estos temas a un espacio lírico?
-Amo a los poetas de la modernidad, no de lo sagrado sino de lo transgresor, pero respeto y quiero a los otros. Yo me muevo en la cotidianeidad, en las conversaciones y manejo todo esto en mi habla y en mi poesía.
-¿Cómo se desarrollan sus procesos creativos?
-Al principio yo era un escritor que por sobre todo privilegiaba la experiencia, el vivir las cosas. Y, como todos, he vivido intensamente muchas cosas, entre ellas una época de fervor y después otra de gran oscuridad, de muerte, entonces tengo sobre mi pellejo, de cincuenta y tantos años, una carga muy grande. Pero también tengo absolutamente claro que el poema se hace con palabras y no con ideas. El poema es algo en sí, es como una silla, como un cuadro, es algo que tiene que ser redondeado, tiene que tener su vida propia. He ido evolucionando, en la línea de recoger ciertos avances sobre el acto poético, sobre el acto creador. Ese pensamiento siempre está en mí. En el fondo mi poesía nace de mi rollo interior.
-¿Y cómo la proyecta hacia el estilo?
-Soy muy amante del rock y de la cosa directa, del juego, de la conversación llena de tallas. Siempre he tenido facilidad para decir bromas. Entonces rápidamente configuro estas unidades burlesca o irónicas. No me considero un escritor de profesión, sino que más bien un tipo zarandeado que ha escrito como resistencia, pero creo que ya es hora de ordenarme y asumir bien lo poco que he podido hacer, y organizarlo.
-Su libro 30 poemas del ex-poeta José Ángel Cuevas inducía a pensar que usted renunciaba a la poesía?
-Yo quise inventar una voz que hablara a partir de alguien que abandonaba la poesía, que abandonaba su utopía. Mucha gente me llamó pensando que yo ya no escribiría más. Al hacer ese corte uno abre un espacio, abre un personaje que fue poeta y dejó de serlo, y que ahora está en otra cosa, porque ya perdió la esperanza de creer que la poesía pudiera cambiar algo, o que pudiera tener sentido el ser poeta.
-¿Cúales son sus proyectos literarios inmediatos?
-En estos dos últimos años me he dedicado a hacer dos videos. Alguna fase de mí tiene que ver con restablecer aquello tan guardado en los subterráneos del país durante tanto tiempo. Yo no quiero que esas cosas, que son mi persona, pasen así no más, que se las lleve el viento. Uno de esos videos se llama La Fiesta, donde se arreglan cosas entre exilados y los que se quedaron aquí. La palabra de los que se quedaron aquí es una palabra potente llena de ética, y me abisma que no sea considerada, que no esté en la mesa, no sé si tal vez esté olvidada… El otro se llama Serey llora por Santiago. Voy a editar un libro, con el cual gané la Beca Andes, hace tres años, y que se titula Cartas a los viejos rockeros, que también es una conversación con viejas mentes de mis amigos. Siempre estoy hablando con mis amigos, ellos son mi mundo. Para mí los amigos son tan importantes como la familia.
Fotografía de Nelson Cáceres Araya
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* Publicada en Revista Literaria Rayentru Nº17 - marzo del 2000
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