LA CIUDAD POESÍA DE GONZALO MILLÁN
por Ricardo Gómez López
-¿En qué momento y circunstancias se descubre Gonzalo Millán poeta?
-Uno se encuentra con la poesía desde muy temprano. Ese encuentro está en el crecimiento: el niño vive poéticamente, en un estado de asombro, de maravilla, de curiosidad, y la realidad le devuelve el diálogo, en ese acto de descubrimiento mutuo. El niño es un poeta innato, pero no escribe, pues su uso de lenguaje es insuficiente. Uno empieza a definirse como poeta por medio de una práctica, de la expresión por medio del lenguaje. Viene de allí una dialéctica de cómo se da la experiencia y su traducción a un lenguaje poético, al verso, a una forma trabajada con arte. Allí uno empieza a definirse como poeta en el sentido estricto. En mi caso creo que es cuando escribo mi primer poema, aunque este haya sido imperfecto, y ni siquiera memorable, aun que ya no exista. Después uno va reuniendo los últimos textos, y se empieza a pensar en cómo se van a comunicar, cómo se van a transmitir, y esto se traduce en hacer un libro que sea coherente, que tenga una forma, una estructura, y que por medio de él voy a decir algo en forma determinada. Ahí se prueba otro aspecto del poeta: como organizador de su obra, que es el acabado final de ese producto: el darle cuerpo, convertirlo en un objeto, pues muchos se quedan sólo en el proceso de la creación. Yo empiezo a considerarme poeta después de publicar mi primer libro, Relación personal (1968). Pero también en ese ser y reconocerse poeta es muy importante el grupo de poetas, el contexto de la poesía al cual uno está incorporándose. Muchas veces se nos olvida que existe un poeta, pero existe la poesía, con mayúscula: toda la poesía que se ha escrito alguna vez, que es la tradición poética, pero también existe la escena poética de los semejantes: mayores, más o menos respetados, con jerarquías, distribuciones, características, que estos son así o son allá, grupos, escuelas... Diría que el ingreso y la participación en ese mundo poético de pares, o dispares, es el que también va dando identidad al que ingresa. En mi caso fue importante haberme integrado a un grupo poético -generación, promoción, o lo que sea-, que es la que se conoce como la Generación del 60.
-Háblenos de aquella Generación del 60, a la cual usted pertenece, y de sus compañeros de ruta poética.
-La Generación del 60 hoy en día es una leyenda enigmática, porque nadie sabe lo que es. Es una especie de terreno mítico en donde se pueden fundar muchas cosas, la imaginación da para todo... Hay cosas positivas y negativas. En término de contactos entre poetas había esa sensación de que la poesía era un ejercicio colectivo y compartido, cada poeta escribía solo en su casa: necesitaba esa privacidad, pero al mismo tiempo, la actividad poética, tenía un aspecto público, compartido, social, y eso se expresaba en participar en proyectos comunes: revistas, encuentros, organizar congresos, giras de viaje, por ejemplo, fuera de toda la convivencia humana que implicaban las reuniones, comilonas, tomateras y hasta visitas a prostíbulos. Había como una sociabilidad muy amplia.
Durante los años 60, esta generación funcionaba con un foco importante en la capital, en Santiago, los demás focos estaban repartidos sobre todo en dos ciudades del sur: Concepción y Valdivia. En esos tres centros, la poesía de los 60, se movía desplazándose entre ellos: los provincianos venían bastante a Santiago, yo que soy santiaguino me fui a estudiar a Concepción; Waldo Rojas, nacido en Concepción, viajaba mucho; Federico Shopf, valdiviano que vivía en Santiago iba a enseñar a Valdivia, etc, hay muchos ejemplos. También Valparaíso y Antofagasta eran otros focos importantes, pero por sobre todo diría que era el espacio universitario, pues la mayoría de los poetas girábamos alrededor de alguna universidad: alumnos, docentes, incluso empleados administrativos de alguna biblioteca, que eran poetas.
-¿Existen algunos escritores que, de alguna manera, influyeron en su creación y desarrollo poético?
-Creo que el contacto directo entre maestro y discípulo o aprendiz, es bastante misterioso: no se sabe qué se transmite ni qué se recibe, pero el hecho es que ese vínculo es importante. El haber conocido y convivido con Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Enrique Lhin, Jorge Teillier, Armando Uribe y muchos otros poetas cercanos a este elemento que tiene la vida literaria que es la bohemia, provocó un tipo de relaciones muy enriquecedoras. Waldo Rojas, Raúl Ruiz -el cineasta- y el grupo del foco santiaguino de los años 60, se definían no como artistas sino como parroquianos. Eso implica que ser un parroquiano hay otro tipo de relaciones entre medio ambiente y medio social urbano, la realidad de los bares, de los cafés, de la vida compartida... Allí estaba la lectura ávida de todo. Entre las toneladas de libros que uno va consumiendo lo que aprende más que nada es ir reconociendo el propio gusto: qué es lo que me gusta naturalmente y después preguntarse por qué me gusta, y a partir de ahí uno empieza a ser lector cuando puede decir: esto no me gusta, aunque le guste a todo el mundo... Allí descubrí que eran importantes ciertos poetas de la poesía norteamericana, oriental: china y japonesa, y también muy importante la poesía contemporánea, moderna, en sus aspectos más ligados a las artes plásticas, Apollinaire por ejemplo con el cubismo. Más el fenómeno de la música, yo fui un niño y adolescente auditor de radio. Generalmente se habla de las influencias y de las cosas que lo determinan a uno y se refieren mucho a los libros, pero en mi generación fue fundamental la música, no la llamada culta, clásica, sino más que nada la música popular.
-Algunos críticos lo han definido como un poeta objetivo y biográfico ¿qué acotaría al respecto?
-Empecemos por lo biográfico: ¿Qué poeta no es biográfico?, es imposible no serlo. Pero más que plantearme entre ser poeta subjetivo u objetivo, me interesa el diálogo entre esos dos puntos de vistas, cómo ser y no ser al mismo tiempo; dar testimonio de la voz en primera persona y de voces que no son atribuibles; me interesa el juego de la personalización y configuración, ir creando un personaje, algo que por lo demás todo poeta hace en su obra. También me interesa crear la ausencia de ese personaje, es decir, que aparezcan las cosas, el mundo, y jugar a que ese mundo está hablando solo.
-¿Cómo fue su experiencia literaria en Canadá? Los años de exilio que vivió en ese país ¿reflejaron algún cambio respecto a su producción poética anterior?
-Hablar de la experiencia literaria sin hablar de la experiencia biográfica es muy difícil: es imposible separarlas. Mi experiencia literaria no la puedo revisar sin decir que fue una experiencia de exilio, de destierro, con sus aspectos negativos, del que está lejos de su tierra por razones obligadas, pero a pesar de eso diría que fue una experiencia riquísima en el haber descubierto, por medio del aprendizaje de otros idiomas –el inglés-, que en la propia materia prima, que es el lenguaje, las posibilidades se duplicaban. Nunca me planteé escribir en otro idioma, pero sí el conocimiento de la lectura a través de otro idioma es fundamental para lo que iba a ser mi poesía después de esa experiencia. Hubo un enriquecimiento cognitivo, con otra visión del mundo, en otro espacio, en otra región de América, que se me fue dando en forma fortuita. El exilio asumido, de un chileno en los años 70, en términos existenciales, a nadie lo deja indemne. Uno es antes y después del exilio. Hay un cambio muy profundo que se sufre como ser humano y que obligatoriamente se refleja en lo que se escribe, es decir: las cosas ya no son como fueron. Ese cambio es muy notorio.
-¿Qué es lo que considera más relevante en su proceso creativo?
-Eso va variando de acuerdo a reglas de crecimiento que uno no controla. Cuando existen variadas necesidades expresivas, por ejemplo: circunstanciales, como el caso del golpe militar en Chile; puede haber un grado mayor de realismo en un poema que el tema sea más importante, o aparente serlo, de alguna manera; es decir el poema tiene un tema que podríamos decir es realista, identificable o fechable, con ciertos hechos históricos, políticos. Entonces había esa forma, o ese énfasis, pero también habría otro tipo de énfasis en donde lo que se dice no es lo importante, no es la referencia, sino que es esa reflexión que tiene el lenguaje consigo mismo, o la poesía consigo misma; ya lo que se buscaría no es un decir sobre, sino un hacer. La poesía como un hacer gratuito, ¿porque para qué se escribe la poesía...? se escribe por escribirla.
-¿Qué nos puede decir de la poesía que se produce actualmente, en Chile, en especial la de las nuevas generaciones?
-Hablar de eso supone referirse a la tradición poética chilena, este extraño y maravilloso movimiento, como podríamos definirlo, que en un siglo se consolida de la manera como lo ha hecho en la poesía de lengua castellana, Hay pocos países que puedan presentar un fenómeno similar. Preguntarse qué está pasando con la poesía chilena hoy siempre requiere que se mire desde esta perspectiva amplia. Muchas veces se piensa que después de estas figuras como luciferinas, grandes estrellas como Neruda, Mistral, de Rokha, y después una constelación de otros poetas de gran importancia. Se nombra un puñado de poetas después de la generación del 50; después estos poetas todavía desconocidos, amorfos, que están ocultos en la multitud, que serían los del 60, y ahí entramos en territorios vagos: ¿cuál es la poesía chilena de hoy? En ese último movimiento muchas veces se tiende a pensar que esta tradición excepcional en la poesía chilena está en decadencia, porque no se ven los mismos fenómenos que la caracterizaban. Hay que decir que son excepcionales: no son normas. Habría que examinar también tradiciones poéticas mucho más antiguas que la nuestra para ver cómo fluctúan los movimientos creativos, es decir, puede haber un gran movimiento, un estallido poético que sencillamente después se va convirtiendo en chispas, una especie de explosión volcánica, pero ese juicio extremo de decir: está lo óptimo y lo decadente, o lo óptimo y lo menos bueno, me parece como muy ingenuo. Es muy difícil predecir hacia dónde vamos, lo que sí me parece un hecho que hay que subrayar es que la poesía está viva en un país como Chile, lo que ya me parece un acto increíble; tiene una tradición, cultores dignos de su pasado y el interés de las generaciones jóvenes por la poesía no ha decaído, al contrario ha seguido aumentando, lo cual también es inexplicable en términos sociológicos, es un misterio. A través de mis talleres tengo contacto con gente que está comenzando a escribir y que son de la generación post 80, gente inminentemente urbana, que viven en Santiago. Son variados, algunos con un habla más salvaje, o bohemia, y hay otra ala más ilustrada que se dedica a la traducción, etc. En términos generacionales ese es mi contacto, los considero como interlocutores, entre ellos están: Guillermo Valenzuela, Carlos Decap, Víctor Hugo Díaz, Francisco Véjar, Armando Roa, Leonardo Sanhueza, etc.
-¿Cómo inserta usted la vida cotidiana en la poesía?
-La vida cotidiana me parece del mayor interés, aunque parezca obvio decirlo, me despierta una enorme curiosidad; soy un observador siempre maravillado de lo que está sucediendo, por qué sucede, de la forma en que sucede. Gran parte de mis imágenes, o de mi materia prima, proviene de ahí, de la vivencia, por una parte y de la observación; de esa forma la vida cotidiana es como el gran tema de mi poesía: la vida cotidiana y el lenguaje, esa conexión; cómo la poesía va dejando testimonio de ese proceso de filtración; cómo vivimos y hablamos; cómo pensamos acerca de lo vivido y lo volvemos a expresar en palabras para retomarlas en otro momento y devolverlas a la realidad, entonces ese es un proceso de reciclaje, entre cosas, ideas, sujetos, de manera permanente, entonces la poesía cotidiana entra en mi poesía y allí entran los objetos que tan importantes son. En ese sentido me considero materialista, me preocupo de los objetos o escribo poemas sobre los objetos porque su presencia es absolutamente innegable; sus efectos en mi propia vida, en mi sensibilidad, no los puedo negar, son importantes, me afectan, me pesan, me obsesionan... son presencias enigmáticas, especies de esfinges que nos rodean. A mí no me gustan mucho los animales domésticos, sin embargo uno puede vivir con los objetos relaciones tan íntimas como puede tenerlas con un refrigerador, una estufa, una mesa, o el sillón donde uno se sienta a leer, la cama, etc., son relaciones a las cuales no prestamos atención, las consideramos como descontadas. Creo que son muy importantes en el vivir, a mí me interesa mucho que la poesía esté basada en el vivir diario, en ese sentido considero que tengo un temperamento oriental. Guardo algunas observaciones o reflexiones que hacía este divulgador de la cultura oriental: Ling Yu Tan, cuando hablaba del gusto de fumarse un cigarrillo o de tomarse una taza de té, en estas actividades aparentemente nimias a veces reside el sentido de la vida.
-Sabemos que en Chile no se puede vivir de la poesía ¿Qué ocupaciones debería desarrollar el poeta, que le permitan la subsistencia y entregar su experiencia a la sociedad?
-Pound recomendaba, a través de un poema famoso de él, que la ocupación ideal para un poeta era tener una tienda donde vendiera tabaco, así la atiende de 9 a 5, la cierra y después se va para su casa a escribir... esa es una posibilidad; otra buena posibilidad muy recurrida es la de ser profesor: entregar, por medio de talleres la experiencia personal por medio de la poesía. Principalmente en la enseñanza yo creo que ahí el poeta es fundamental. Pensar en un poeta como administrador de una empresa, no me tinca, pese a que ha habido poetas cajeros de bancos, o grandes ejecutivos de seguros, se puede.
-Cuéntenos de sus proyectos literarios más inmediatos.
-Acabo de entregar un libro de relectura de poemas sobre objetos, o de poemas objetos, que se llama Poemas del Persa, que son poemas antiguos que se ofrecen a una nueva oportunidad a los lectores. El otro es un libro nuevo, de poemas que he estado trabajando últimamente y que se llama Claroscuro, es un libro sobre la relación entre la poesía y la pintura, o la palabra y la imagen. Es una serie de poemas sobre algunos pintores, obras plásticas, cuadros y fotografías; es un diálogo entre la imagen y la palabra, estas dos artes hermanas.
GONZALO MILLÁN (Santiago, 1947). Poeta, licenciado en Literatura Hispanoamericana (Universidad de Concepción) y Master of Arts en Literatura Hispanoamericana (University of New Brunswick, Fredericton, Canadá). Es autor de: Relación personal (Santiago; 1968); Dragón que se muerde la cola (Ottawa, 1984); Vida (Ottawa, 1984); La ciudad (ediciones entre 1973 y 1979, en Santiago, Costa Rica, Canadá, y Montreal); Seudónimos de la muerte (Santiago, 1984); Virus (Santiago, 1987); Cinco poemas eróticos (Estocolmo, 1995); Strange Houses (Ottawa, 1991) y Trece Lunas (antología poética, Santiago, 1997).
Ha obtenido: Premio Pedro de Oña, 1968 y Premio Pablo Neruda, 1987.
Paralelamente a su actividad docente (profesor de Historia del Arte Latinoamericano) y director de talleres literarios, Gonzalo Millán, se ha dedicado a la creación artística en el campo de la poesía visual y las artes plásticas, realizando exposiciones individuales en Chile, Canadá, Estados Unidos, Suecia y Holanda.
Durante su estadía en Canadá fundó la editorial Cordillera y a su regreso a Chile dirigió la revista “Espíritu del Valle”. Además es traductor de inglés, francés y neerlandés.
Fotografía de Nelson Cáceres Araya
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* Publicada en Revista Rayentru Nº21 - verano 2001
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