Óscar Hahn, poeta, ensayista y profesor, nacido en Iquique, 1938. Aunque dice que su proceso de escritura es lento, ya cuenta con un importante número de publicaciones. Entre ellas: Agua final (con 2 ediciones); Esta rosa negra, 1961; Arte de morir (1977); Mal de amor (con 3 ediciones, 1981, 1986 Y 1995); Imágenes nucleares (1983); Flor de enamorados (1987); Estrellas fijas en un cielo blanco (1989); Tratado de sortilegios (Ed. Hiperión, 1993) y Versos robados (Ed. Visor, Madrid, 1995). Sus ensayos aparecen en El cuento fantástico hispanoamericano en el siglo XIX (1976); Texto sobre texto (1984) y Antología del cuento fantástico hispanoamericano. Siglo XX (1990).
Óscar Hahn, sencillo sólo como los grandes poeta-hombres; mesurado y cordial, aceptó la invitación a nuestra redacción para conversar un poco de su vida en la poesía. Así que aprovechando esta visita a Chile, después de 21 años de residencia en los Estados Unidos, nos entregamos a esta entrevista con rasgos de amena tertulia.
-¿Qué hecho o circunstancia marca en usted la decisión de ser poeta?
-Diría que fue una cosa casual. Yo tenía una polola, cuando vivía en Rancagua, que me pidió que le hiciera un acróstico. Sabía lo que era pero no sabía cómo hacerlo. Nunca había tenido contacto con la poesía, excepto como estudiante en el Liceo. Entonces le pedí a un amigo que me hiciera el acróstico y se lo presenté a ella como mío, pero esta dama lo leyó y me dijo "no lo hiciste tú". Le insistí que lo había hecho yo, así que me pidió que le hiciese uno allí mismo. Bueno, traté y lo hice. En ese momento descubrí que podía hacer este arte llamado poesía. No sé cómo ni por qué pero yo podía hacerlo. Si en ese momento ella me pide una sonata, ahí sí que hubiese estado fregado (risas).
-Cuéntenos un poco de su generación literaria.
-Con mi generación casi no tuve mucho contacto, porque ellos eran fundamentalmente de esa zona que nosotros los nortinos llamamos el sur; es decir, Santiago, o de plano el sur de Chile. En ese tiempo, en mis primeros pasos como poeta, yo vivía en Arica. Sabía que ellos existían pero no tenía una relación estrecha con mi generación. Entre ellos hay nombres como el de Floridor Pérez, Manuel Silva Acevedo, Jaime Quezada, Gonzalo Millán, Ornar Lara, Waldo Rojas, Federico Shopf…
-Su Doctorado en Filosofía ¿constituye un agente subliminal en el resultado de su obra poética?
-Hasta cierto punto, porque cuando adolescente, antes de obtener el doctorado, yo era un gran lector de filosofía, algo que hacía por mi cuenta. Creo que de alguna manera es posible que se haya infiltrado en los poemas. De hecho hay dos de mis poemas que están dedicados a filósofos y basados en ellos: "Fragmentos de Heráclito al estrellarse contra el cielo" y "Nietzsche en el Sanatorio de Basilea", así que allí hay un contacto directo, pero subliminal mente yo creo que en los otros tiene que haber algo. Pero algo que no son conceptos.
-La Muerte y el Amor siempre han estado presentes en su poesía: ¿Morirá algún día la muerte en sus poemas?
-Es una buena pregunta. Hace poco dije que el tema de la muerte ya no estaba tan presente en mi poesía y que yo notaba un cambio de rumbo, o sea que el viento poético estaba soplando en otra dirección.
-¿Qué lo motivó a rescatar y recrear, en Flor de enamorados, ese amor que habitaba con esplendores en la poesía del Siglo de Oro?
-Como muchas cosas que me han pasado relacionada con la poesía, fue por azar, por casualidad, igual que cuando empecé a escribir. Yo estaba caminando por la biblioteca, de la Universidad de Iowa, a eso de las doce de la noche. Aunque parezca un poco extraño, la biblioteca de la Universidad abre desde las seis de la mañana hasta las dos de la mañana del día siguiente. A mí me gusta ir después de las doce de la noche porque adentro hay un ambiente muy especial, muy extraño. Estar tan tarde dentro de una biblioteca es como ir a un cementerio, es una cosa mágica. Además anda poca gente. Entonces, cuando estaba paseando y mirando algunos libros de literatura española -pues uno tiene acceso directo a los libros y puede sacar los que quiera-, de repente vi el título Flor de enamorados. Lo encontré curioso y lo saqué pues me había llamado la atención. Allí descubrí que era un cancionero medieval que había sido publicado por primera vez en 1562, pero los poemas eran de la Edad Media. Lo abrí y no pude leerlo porque estaba escrito en castellano antiguo. Luego me conseguí un diccionario medieval y con esa ayuda empecé a leer los poemas. Y después, como una especie de ejercicio, me puse a traducirlos al español moderno, y una vez que los tuve traducidos empecé a tratarlos como si fuesen borradores de poemas míos. Después empecé a cambiar estrofas de lugar, a eliminar otras, a intercambiar versos y a meterles cosas de mi cosecha. Entonces se produjo una transformación de los originales a partir de ahí.
-En una entrevista de El Mercurio (1981), usted dijo que el modernismo hispanoamericano era su gran maestro. ¿Existe algún escritor en particular del cual usted sienta proyectada su estética literaria?
-Del modernismo podría nombrar a varios, por ejemplo Rubén Darío, Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugone. Básicamente digo que fueron maestros en el sentido de que mostraron que, al escribir poesía, uno tenía que tomarla en serio, con respeto, y que el lenguaje podía ser trabajado, "esmerilado", por así decirlo, hasta un grado de gran afinamiento, y eso se podía ver en los poemas de ellos. Se notaba que no estaban hechos descuidadamente, sino que cada adjetivo estaba en su lugar, cada palabra en un sitio preciso. La conciencia del lenguaje era muy notable, y también el respeto hacia el lector. No creer que se le puede pasar gato por liebre. En definitiva, a la poesía hay
que ponerle trabajo, creatividad. Las cosas desmañadas al final son efímeras.
Hace falta una buena antología de Rubén Darío. El tiene unos poemas magistrales, pues tienen la actualidad de los clásicos que es una actualidad permanente y no la actualidad puramente del momento, esa de la que al día siguiente ya nadie se acuerda.
-Eduardo Peralta musicalizó el poema suyo La muerte está sentada a los pies de mi cama. ¿Qué opinión le merece este tipo de experiencia artística?
-Me parece que el trabajo que hace Eduardo es realmente fantástico. El es un gran amante de la poesía, y al mismo tiempo un gran músico, y está dentro de la tradición de los trovadores medievales. En el fondo, es lo que hacían los trovadores medievales que musicalizaban ellos mismos sus propios poemas o los de otros autores. El está dentro de esta tradición de poesía que requiere de un andamiaje musical para lograr su expresión más plena.
-Desde los Estados Unidos, donde usted reside, ¿cómo se ve la poesía chilena de fin de siglo?
-La poesía chilena de fin de siglo, o la de cualquier parte de Latinoamérica no se ve mucho, por la muy simple razón de que los poetas siempre hemos tenido problemas de difusión, por esto de que las editoriales estén completamente metidas en la cosa del mercado. La poesía se supone que no vende. Entonces las ediciones artesanales, personales, quedan solamente dentro de cada país, así uno está impedido de conocer lo que están haciendo en Perú, en México, El Salvador. .. Yo creo que eso no pasa solamente en la relación Estados Unidos-Latinoamérica. Yo he hablado aquí con jóvenes poetas chilenos y no tienen ni idea sobre quienes están escribiendo en México, en Perú, en Costa Rica... Lo que sí uno nota desde allá, y sobre todo al venir aquí -y puedo hacer una comparación-, es que dentro de Chile hay una especie de arrogancia que creo que no es buena, en el sentido de creer que la poesía chilena es la mejor del mundo, o algo por el estilo, y sobre todo el hecho de girar siempre sobre tres o cuatro nombres y nada más, como si no hubiera poetas en otras partes, y cuando uno lee la tradición de la poesía norteamericana o de la poesía inglesa, se encuentra con poetas que son realmente fabulosos y que aquí no los conoce nadie. Hay una especie de ignorancia al final que se crea cuando el círculo de conocimientos es tan reducido, puesto que la poesía chilena se mira el ombligo todo el tiempo y da vueltas en torno a eso, sin darse cuenta de que hay cientos de otros ombligos interesantes por ahí también.
-¿A que le atribuye usted la falta de hábito de lectura en las nuevas generaciones, ajeno al consabido fenómeno de estar viviendo inmersos en la generación de la imagen?
-Creo que esto se debe, fundamentalmente, a lo que se llamaba, o se llama tradicionalmente la educación refleja, que es la que viene del entorno en el cual uno está sumido. Y porque no hay estímulo para la lectura. Más bien hay estímulos para la no lectura, para anunciar la muerte de la literatura por ejemplo, incluso para anunciar la muerte del libro. Se dice que las computadoras van a reemplazar al libro. Este no es precisamente el mejor mensaje que se les puede dar a los jóvenes, y es grave porque no se dan cuenta de que el invento más maravilloso que ha habido en la historia de la humanidad no son las computadoras sino que es el lenguaje y la escritura. Sin el lenguaje verbal las computadoras no tendrían ningún sentido. Con los puros "monitos" no llegan a ninguna parte. Hay una relación de intimidad psíquica entre el lector y el libro, que no existe entre el hombre y la máquina.
-¿Podría compartir con nuestros lectores sus proyectos literarios?
-Sí. Lo que pasa es que acaba de salir en Madrid un libro mío que se llama Versos robados. Eso significa que estaba haciendo un trabajo que culminó con la publicación del libro y después uno queda seco, como posparto. Pero en materia editorial, el Fondo de Cultura Económica va a publicar una antología mía con el título de Antología virtual, y un libro con mis ensayos literarios con el título de Magias de la lectura.
A través de la magia de su conversación y de sus sabias convicciones, nos dejó para el bronce otra de las famosas paradojas chilensis: "Nadie es poeta en su tierra ", como el mismo acotara irónicamente.
Lamentamos que nuestras Universidades no aprovechen la experiencia y sabiduría de otro poeta chileno que es aplaudido, reconocido y publicado en el extranjero, pues necesitamos muchos Óscar Hahn que puedan contribuir a elevar la calidad educacional y humana de nuestro país.
Con la esperanza de que se quede en Chile, nos despedimos con un poquito de vergüenza ajena y, porque no decirlo, también con un dejo de tristeza en nuestra alma artística, pero también gratificados por haber compartido la gran riqueza de su espíritu, calidad humana y poética.
* Publicada en Revista Literaria Rayentru Nº10 - marzo de 1996