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  Efraín Barquero - poemas
 


EFRAÍN BARQUERO - Poemas


  

FUEGO HUMANO
 
La gente hablaba de la proximidad de su muerte
y él vio por primera vez la muerte con rostro humano.
Entiérrame en ti misma, le pidió a su mujer.
Quiero estar al lado tuyo cuando enciendes el fuego,
cuando soplas la cara dormida de las piedras.
Al inclinarte me oirás respirar sordamente
y sentirás calor durante toda la noche.
El hombre calló, ambos se estremecieron
como dos sombras friolentas en la penumbra.
Ella obedeció, arrodillándose para hacer el fuego,
y él comenzó a morir desde ese mismo instante.
Fue como una sombra que oscurecía los ojos de su mujer
quien ya no lo miraba igual que antes
y comenzó a nombrarlo de otra manera.
Con uno de esos nombres que nos dan y nos quitan de niños.
Y el hombre sólo la reconocía al alumbrar el fuego
cuando toda ella se convertía en ella misma.
Menos sus ojos oscurecidos por las llamas.
 
(del libro La mesa en la tierra)

 

EL CUCHILLO ENTERRADO
 
Su rostro se ha vuelto como una máscara
hecha de agua y tierra que las lágrimas deshacen
cuando se come solo el pan desenterrado.
Abre de par en par todas las habitaciones,
acuesta el reloj de pared, cubre los espejos.
Qué hacer. Coge el viejo cuchillo ennegrecido
por los años y roído por un gran remordimiento.
El cuchillo desnudo como el mar en un pez,
desnudo como la tierra en una sola semilla.
Lo coge y lo entierra mirando a todos lados
sobre un gran pan con un chasquido sordo
como si atravesara la palma de una mano extendida.
Lo empuña de nuevo y se hace un corte en el muslo
que embebe con un trozo de ese mismo pan
como si esta fuera su comida desde ahora.
Y prueba la sangre de dos heridas abiertas
-la suya y la que nunca se conoce en los otros.
Ninguna respuesta. Dispone doce copas en la mesa
y las llena de vino hasta los bordes.
Después la quiebra contra el techo y los muros.
Se produce un gran silencio. Y se queda inmóvil
aguardando con los ojos cerrados.
 
(del libro La mesa en la tierra)
 
 

MÁS SENCILLA QUE EL AGUA
 
Más sencilla que el agua corriente,
como el viento que sopla, como el fuego que arde,
es nuestra alianza de mujer y hombre.
Un rincón en la tierra, un pedazo de cielo,
¡pero la libertad de desear para mañana
un día más ancho para nuestros hijos!
 
Nos contentamos con un vaso para beber el cielo.
Nos basta una ventana para que sea nuestro el sol.
Con una silla de paja y un cántaro de vino
en un amigo acogeremos a la humanidad.
Con sólo una herramienta podremos defendernos
y llenar con el barro el sueño que adoremos.
Con sólo una camisa y un vestido azul
podremos vestir de amor más glorioso.
 
Nos basta con un beso para ser felices,
nos basta una mirada para comprender el mundo,
nos basta una palabra para expresarlo todo,
que tú te escondas, en mi pecho, en la noche,
para sentir hasta la ternura de las bestias,
qué tú puedas vivir, que yo pueda vivir,
no necesitamos más para ser felices.
¡Pero que no nos vayan a quitar el derecho
de mirar hacia dónde partirán nuestros hijos!
 
(del libro La compañera y otros poemas)
 
 

LA CASA MUSGOSA
 
Crezcan junto a mí las plantas de humedad,
de rostros pesados de silencio.
Acompáñenme las orejas temblorosas
de las enredaderas alargadas.
Pongan los hongos el huevo del invierno,
y los helechos se alimenten de mi sombra,
y las palmas me muerdan con su boca gruesa,
manchando mi cuerpo como la piel de una culebra.
 
Musgo quiero, y ninguna otra piel orgullosa.
Musgo denso, y ningún otro enfermo terciopelo.
Musgo doloroso como una frente honda.
Y respirado apenas, como una boca de piedra.
 
Sea todo un crecer a la sombra de mi casa.
Y mi mano se vuelva cada vez más ciega,
para andar sin romper su silencio.
Sea el tiempo como un árbol herido.
Sea el aire como un gran tajo abierto.
Sea el cielo como una yema redonda.
Y mi rostro no asombre. Y mi voz no intimide.
Como un profundo y ciego injerto,
que entrará en la carne palpitante del mundo,
llorando de hermosura verde.
 
(del libro Enjambre)
 
 

* Publicados en Revista Rayentru Nº14 - marzo de 1999

 
 
 
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