González-Urízar (1922-2003), poeta chileno y autor de una treintena de libros, se fue en el sueño. Desde hace algún tiempo, estaba enfermo. Y, hombre al fin, le correspondió vivir en la intimidad onírica esa hora de todos, como hubiera dicho el gran Quevedo, esa hora de cada uno, tan solemne como impostergable.
Como es frecuente el hecho de morir, los medios de comunicación incomunicadores hicieron mutis. Cierto, este poeta no fue materia de escándalo ni desparramó altisonantes declaraciones. Fue sólo un poeta. Y esa condición no es noticia.
Nadie muere en la víspera, se ha dicho, y agregaría: tampoco un día después. El momento del completo desapego de sí, es quizás el acto más personal, el más íntimo que pueda imaginarse de la vida humana. "Dale, Señor, a cada uno su propia muerte", pedía el poeta Rainer María Rilke. El mundo calla, alguna vez, para que el ser humano vea sin más palabras que su verdad en el corazón. Ése es el único equipaje que podremos portar al vivir la hora postrera. Lo demás estará de más.
Poeta y sueño, he ahí un convivio que dura toda la vida. Sueño que es ver despierto en la vastedad del alma el amor necesario para ser persona; sueño en donde el silencio es alfabeto completo de anhelar y de escribir con signos de aire y de latido; sueño de otra orilla, de más allá, de ventura sin límite. Y poeta es quien se asoma al hondor de sí y a la turbulencia del mundo, pues necesita ver claro y explayar su habla conmovida. Quien ama y espera palabras con qué acoger la estela significante de los hechos, aquellos en los que la mayoría empieza y termina de inclinar toda consciencia, ése es poeta.
"¿Me nombras tú, me nombras cuando se apaga el viento,/ cuando la luz se anega de soledad sin tregua;/ me sostiene tu labio, dolida flor, espiga,/ harina de tiniebla, en aquella hora ciega?", pregunta González-Urízar a la amada, al sentir la zozobra de quedar ausente de la vida en quien importa para ser persona.
Encaminado por senderos interiores, en esa conversación consigo que cada quien sostiene en el tiempo, el poeta se percató de una humanidad que no es tan plana como la pintan exterioridades y distracciones. "Porque más que el que somos, nos importa/ el que queremos ser: ése nos gusta/ mirar en el espejo del asombro". Asombro de vivir, conmoción de amar y palabra untada de sí distinguen a González-Urízar que se escabulló en el sueño sin decir nada más, en su nuevo amanecer. Para nosotros queda su obra, aunque no sea noticia de farándula ni cabriola publicitada. Lega su palabra para que nos miremos el alma.
* Publicado en Revista Literaria Rayentru Nº24 – verano de 2005