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  Rosa Cruchaga
 

NOTA ACERCA DE ROSA CRUCHAGA
 
 

Autora de siete poemarios: Descendimiento; Después de tanto mar; Raudal; Elegía jubilosa; Otro cantar; Bajo la piel del aire; Venga el bosque a buscarme; además de algunas antologías de su obra y un par de publicaciones de prosa, la obra completa de Rosa Cruchaga no es caudalosa, propiamente, pero sí muy segura en la impronta de estilo. El suyo: un modo de ser insólito que sorprende al desprevenido, pero que, a su vez, regala de asistencia fraterna.
       Rosa Cruchaga pertenece a la llamada Generación del 50, para quienes gustan de clasificar a los escritores de acuerdo a cronologías. Integra un elenco de nombres de indisputable calidad: Miguel Arteche, Efraín Barquero, Enrique Lihn, David Rosenmann, Alberto Rubio, Delia Domínguez, Armando Uribe, Matías Rafide, Pablo Guíñez, Eugenio García Díaz, Hugo Montes, entre muchos otros.
      Una de las direcciones más vigorosas habida en los escritos de varios de estos poetas corresponde a la sólida formación clásica que colaboró a formarlos en el oficio literario. Es así que la estructura del soneto aparece, esplendorosa y severa, con soltura y versatilidad temática, en las obras de la mayoría. Desde luego, en los libros de Rosa Cruchaga, nacida en Santiago en 1931, existen algunos sonetos que integran la mejor antología de esa forma métrica y, aún más, de la más exigente selección de poemas chilenos.
     He aquí el ya famoso “Sé que me voy”, incluido en Elegía Jubilosa (1977) y, luego, con notables diferencias, en Bajo la piel del aire (1978).
 
Sé que me voy. Me voy retrocediendo
como el salmón que vuelve cuna arriba.
No alcancé nunca el mar, estando viva.
No llegaré a las cumbres, falleciendo.
 
Sé que te vas, te vas y no queriendo:
como una esponja amarga y fugitiva.
Hasta el fondo del mar con tu saliva,
sobre la arena rosa oscureciendo.
 
Sé que te vas de mí. Que nada queda:
ni un rastro ni algún sauce que nos pueda
llorar de bruces arañando el río.
 
Yo nunca llegué al mar. Yo nunca: siendo
que aquel morir inmerso era lo mío.
Y que me voy, te vas. Nos vamos yendo.
 
      Curiosa identificación personal en la figura de aquel salmón que remonta la corriente para cumplir plenamente su razón de ser. Pero en la segunda estrofa la voz poética se distancia de lo dicho, acaso desdoblándose, aunque sí dando a entender que comprende esa pugna de irse y de no querer hacerlo desde y en el sí propio. Dice, se dice de aquel irse del tiempo, del cuerpo, de esta vida lo mismo que las otras formas de la naturaleza corresponden a un saber que no ofrece dudas posibles en lo categórico de su fluencia: “Y que me voy, te vas. Nos vamos yendo”, como una huida sin desmayo en el gerundio.
      Un segundo caso de soneto es el no menos difundido “Avenida La Paz”. Poema tierno, humanísimo, elocuente, doméstico, reflexivo. Como el anterior, integró primeramente Elegía Jubilosa y, luego, Bajo la piel del aire.
 
Por fin, tosca mercedes, te refinas.
Te han puesto en un cajón con indulgencias
y te llevan, cubiertas por hortensias
que plantaste: a la tierra en que terminas.
 
Por fin sin reumatismo. Y no caminas
arrastrando en pantuflas tus paciencias.
Vas en hombros. Hoy te hacen reverencias
los amos de jardines y cocinas.
 
Hoy tus flores barriendo las basuras.
Hoy es viernes de feria y no te apuras
pues nadie hoy te dirá: te has atrasado.
 
Por la calle del río y del mercado
--al descanso Mercedes que has comprado--,
en tu cesta te vas, entre verduras.
 
      Existen otros sonetos, pero basten los transcriptos en el aprecio literario que hacemos de ellos.
       La vieja y prestigiosa medida de los catorce versos puede muy bien habitarse de situaciones humanas tan permanentes como es la fuga de lo vivo y el cumplimiento total del tiempo en alguien que, como Mercedes, parece detenido, acostumbrado a planos de trastienda, porque el misterio y dirección final de la existencia no admite segregación o actitud clasificatoria de primera o de segunda importancia. Desde luego, Rosa Cruchaga pone las cosas en su sitio cuando deja libre el temblor de esa discordia habida en las personas, y tal vez en todos los seres sensibles, al enfrentar la fuga del tiempo con su légamo de consciencia y percepción de la propia caducidad, en clara oposición al anhelo de perduración del ser, como se expresa en “Sé que me voy”. En el otro poema, toda consideración del más acá termina por inclinarse ante el silencio majestuoso del morir, acto que realza a su protagonista, porque es el resumen de un modo de ser, de la condición en que se ha vivido oficiando de persona: “en tu cesta te vas, entre verduras”, se dice a Mercedes Álvarez, esa mujer humilde y servidora del texto.
       No es la multiplicación de páginas, ni tan siquiera los galardones o las concertadas hablas, garantías de permanencia para las obras literarias. En éstas sólo vale esa tajada de verdad que alguien -quien escribe- logra conformar en un idioma incitante, sugestivo, secreto en algún repliegue y comunicable a la vez, en una entidad que, siendo monólogo, es también abrazo dispuesto; y, respirando silencios, despierta percataciones que se dicen en palabras necesarias. Así sucede, al menos, en la ya clásica Rosa Cruchaga.
 

ROSA CRUCHAGA (Santiago de Chile, 1931). Profesora de Religión y Pedagogía en Castellano. En 1984 fue la primera mujer incorporada como Miembro de la Academia Chilena de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española.
            Premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile, 1959; Premio del Diario El Sur de Concepción, 1963. Parte de su obra ha sido traducida al francés, inglés y al hebreo.
            Publicaciones: Descendimiento (1959); Después de tanto mar (Ed. del Pacífico,1963); Ramas sin fondo (Ed. Muralla, España, 1967); Poesías (Ed. Separata, Revista “Mapocho”, 1970); Raudal (Imprenta Universitaria, 1971); Elegía jubilosa (Ed. Separata, Revista “Mapocho”, 1977); Bajo la piel del aire (Nascimento, 1978); Antología breve (Separata Revista Atenea N°445, 1982); Otro cantar (Revista Mapocho,1983); Sobremundo (Editorial Muralla, España, 1985); La noche del girasol (Santiago, 2000); La jarra oscura (Ed. Ala Antigua, 2003).

Publicada en Revista Literaria Rayentru N'26, otoño del 2006

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