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  Gracias, Fidel...
 

 

GRACIAS, FIDEL, POR SALVAR MI SONETO

 
 
Formé parte en mi etapa adolescente y primeros años juveniles de la promoción apasionadamente politizada de fines de los '50 y los '60. Como poeta, pensé alguna vez que mi obra literaria tendría que ser política, al servicio de causas colectivas altamente idealistas, que no podía ser de otra forma. No en vano habíamos llegado en buena medida a la arena política atraídos por la contundencia embriagadora del Canto General, de Miguel Hernández, de los ecos de la Guerra Civil Española (milité cuando tenía 16 años con un ex combatiente de esa guerra, y para mí era como haberla vivido). También éramos herederos de las ideas de Sartre sobre el compromiso político. Era yo, por supuesto, de los que creían en el poder incontenible de la poesía como arma política, algo que después cayó en el total descrédito, lo que se justifica, pensando que la realidad no cambia por más explosivos que sean los versos.
            Después entendí que la poesía es más bien una lucha con uno mismo, un trabajo individual y ensimismado que, cuando triunfa, es capaz de transmitir un mensaje de humanidad, una revelación; consigue estimular una comunión entre el poeta y los eventuales lectores, en que cada cual agrega lo suyo, de modo que el poema no es más que un detonante, un reactivo que desencadena un fenómeno compartido de acuerdo a las vivencias de cada uno, a las experiencias, a las lecturas anteriores, a la sensibilidad, al momento por el que se atraviesa. En suma, es más importante lo que se denota que lo que se enuncia, más el efecto que se provoca (si es que se provoca) que el objetivo que mueve al poeta en soledad con la hoja en blanco ante sus ojos.
            ¿A qué alude el título de este artículo? Explico: La politización a que aludía al comienzo se dio en una etapa muy especial. Como estudiante secundario, participé en los incidentes masivos y cruentos del “2 de abril” de 1957, un hecho que en su tiempo tuvo gran relevancia, pero que ahora no llamaría más la atención que un choque automovilístico al lado de los hechos que se vivieron después en el país. A partir de entonces me involucré en todo tipo de movilizaciones, peleas callejeras y entreveros estudiantiles (incluso estuve en medio de un baleo en que murió uno de mis amigos).
            Un hito: alrededor de 1958 estuvo de visita en Santiago una delegación de dirigentes estudiantiles cubanos pertenecientes al Movimiento 26 de Julio, que dirigía un tal Fidel Castro. Estos jóvenes dieron una charla en el local de la FECH en la Alameda (hay una foto de ellos en que aparecen a la entrada de ese local que ahora ya no existe). Recuerdo que un par de amigos se refirieron después socarronamente a estos revolucionarios cubanos, que usaban un lenguaje atípico para nuestra formación marxista-leninista y que parecían enfrascados en una lucha sin futuro. ¿Y qué pasó? Que a fines del 58 el movimiento dirigido por Fidel Castro derrocó al dictador, entró triunfante en La Habana (entre aplausos generales, de izquierda a derecha) y puso en marcha su revolución, que a poco andar empezó a radicalizarse de modo impresionante, como una película de suspenso que fuera exhibiéndose de a poco y día tras día.
            El impacto que produjo ese proceso iniciado en forma tan imprevista fue enorme para los jóvenes como yo y, de hecho, en los primeros años, a partir de comienzos del '59, vivimos una especie de borrachera de entusiasmo revolucionario que dejó profundas huellas en esa generación, para bien y para mal.
            En medio de esos hechos fue que un día escribí un poema en que se concentró toda mi admiración por ese líder casi mesiánico que había hecho realidad todos nuestros sueños, basándome en una imagen arquetípica, icónica, del revolucionario en acción. Se tituló “Fidel en Sierra Maestra” y lo curioso es que se trata de un soneto, la modalidad más encorsetada de las estructuras métricas castellanas. Es una especie de viñeta construida evidentemente dentro de cánones románticos, en que se exalta a un héroe mítico e, incluso, se hace participar a la luna (entonces todavía intocada por el pie humano) como una especie de partner, que es quien observa en los versos finales al personaje idealizado.
            Ese soneto se escribió a fines de 1960, cuando yo tenía 19 años y fue publicado en julio de 1961 en el suplemento dominical de “El Siglo”. De allí lo tomó el escritor Vicente Parrini Ortiz (fallecido hace 30 años) para incluirlo en “Cuba sí”, una antología solidaria publicada en 1963 en que yo, con 22 años, era el más joven y aparecía acompañando, entre otros, a Neruda, De Rokha, Cruchaga Santa María, Gonzalo Rojas, Juvencio Valle y Enrique Lihn, lo que constituía, por cierto, un estímulo superlativo. También fueron entonces de la partida Rolando Cárdenas, Efraín Barquero, Pedro Lastra, Mahfud Massis, Hernán Lavín Cerda, Mario Ferrero y una quincena más. Hace falta mencionar la ausencia de Jorge Teillier, que no aparece entre los incluidos. No sé si Jorge habrá escrito algo sobre el tema, pero de lo que sí puedo dar fe es de haberlo visto en combativas manifestaciones por Cuba (por ejemplo, en Ahumada gritando a todo pulmón, a lo Esténtor, y trenzándose en una disputa a garabato limpio con unos contramanifestantes). Otro dato para tener en cuenta: de los 29 que aportamos con poemas para esa muestra, no más de siete u ocho estamos vivos, hasta donde sé.
            Nunca volví a publicar aquel soneto, el único sobreviviente de una época pretérita de mi poesía, en parte pensando que las exaltaciones poéticas de personajes vivos pueden resultar riesgosas. Pero ahora creo que ese texto es un testimonio válido considerando que Fidel trabajó a favor del poema, lo que por cierto le agradezco. Dio curso a una revolución verdadera, sacándola de un sombrero de mago y, contraviniendo todos los presupuestos ideológicos tradicionales, cambió de pelaje a su país, y tuvo la genialidad y la suerte y determinación, lo que también es parte de la genialidad- para endilgar un proceso atípico de modo audaz y resuelto, y lograr que sobreviviera a poca distancia del país más poderoso de la tierra, su enemigo declarado. En homenaje, pues, a este gran personaje del siglo 20, que tanto influyó en nuestro destino y nuestras vidas, pienso que puedo publicar nuevamente mi poema sin sonrojos ni arrepentimientos, 46 años después de haberlo escrito. Amén.
 
 
 
FIDEL EN SIERRA MAESTRA
 
Oculto en la cubana serranía
Fidel Castro en silencio observa el llano
por donde han de avanzar granada en mano
sus bravos a vencer la tiranía.
 
Su pueblo musical y claroscuro
envuelto en uniforme verde oliva
batalla junto a él con faz furtiva
en la gran barricada del futuro.
 
El sol da la postrera llamarada
y se escucha una frase susurrada
en la penumbra: “¡Es hora ya, valientes!”
 
Luego al salir, la luna en un instante
sorprende a la columna y a su frente,
imponente, el perfil del Comandante.
 
(Hernán Miranda, 1960)


* Publicado en Revista Literaria RAyentru Nº27 - 2006

 
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