La perdurabilidad de la obra mistraliana no deviene de efemérides ni de gesticulaciones adjetivas a las que son proclives quienes medran a la vera de su sombra. No podría de ser de otra manera estas discordantes envergaduras y consistencias. Porque el único homenaje que puede tributársele de verdad es leer y asimilar el espíritu de su mensaje, hecho de encomios y de repulsas, de vaticinios y de críticos exámenes a propósito de numerosas facetas de nuestro mundo.
Si en poesía vertió tribulación y canto; si en ella la belleza conoció de esplendores y de pesadumbre muy acusados; si la muerte, la infancia, el juego, la plegaria, la naturaleza y el amor colmaron cauces métricos y prosas líricas, en la escritura que diseminara, durante tantos años, en la prensa nacional y extranjera tuvo domicilio su alta vocería de los tiempos. Su tarea parece haber recibido encargo humanista de varias generaciones femeninas, de niños, de razas amerindias y de postergados sociales. Habló de ellos y por ellas. No hubo rincón continental en donde no pusiera atención y estima. Y, porque no se le encogiera verbo ni mirada, recabó en más lejanas latitudes motivos de considerar el trabajo y la paciente labor cotidiana en que se expresa la inquietud y el sueño humanos, Lugares, personas y oficios europeos tuvieron asiento y parte también en el convivio de contemplativa estética y de vigilia moral que la distinguiera.
Gabriela Mistral mantuvo despiertos mirada y ver. Esos verdes ojos suyos alzaron hasta el corazón y la inteligencia los asuntos que le conquistaran el ánimo e interés. Aquéllos fueron vertidos con grácil fragilidad y robusta grandeza mayor. A unos y a otros rasgos se dirigió con palabras lapidarias y ternezas alusivas. El verbo amparador en relación a todo fue querer con predilección de quien acogía el timbre y el tono que edifica singularidades.
"La arena que ha perdido nuestro pasos, aun aquellos que no queríamos perder”. "El agua camina arrodillada, como deben ir allá arriba los ángeles de la Reverencia, corriendo hacia el mejor”: "La Pampa es una persona, un poco desolada, una tierra sin la sociedad que se dan los montes, las colinas y los valles” (1)
No existe artículo, prólogo o recado suyo que defraude al lector. Cada uno ofrece siempre algún rédito de belleza y de verdad transida de humanismo trascendente. Siempre es clara su posición; jamás remisa al encarar realidades toscas o lisuras de pecíolo. Arriesgó consideraciones que pudieron ser recibidas con desdén o silencio impopular, pero no le retuvo mueca ni le impuso manquedad el temor en el oficio de la palabra.
Más sabia que intelectual, Gabriela Mistral ejerció magisterio genuino. La sala de clases, la conferencia, la conversación fueron ocasiones de oralidad enjundiosa. Cartas, poemas y prosas cumplieron su cometido desde la letra.
Menos entretenida que interesante, la generosa variedad de temas declara que fue recadera de las presencias. Criaturas y frutos de invención tuvieron en ella convocatoria de mujer comprometida con la vida. Supo percibir y aquilatar la importancia de lo nimio en consonancia de universo, y, ya fuese de la lengua o de algunas acciones, ya se tratara de condiciones sociales y de herencias históricas, en todo concibió posible elevación de la existencia. Enaltecedora de lo humilde; fustigó el yerro infamante. Jamás neutral, el franciscanismo que profesara compulsó sus materias en clave de revelación misional, porque vislumbró en cada una las hebras sutiles del Creador.
Coherente siempre, comprendió las responsabilidades de la escritura en su raíz más vinculante: "Existe cierta ley ética en literatura y ella consiste en la obligación de su prójimo, del lector, de saberse tal y de allegarse al prójimo por saberlo. Llamemos cierto grado de la naturalidad y de la sencillez projimismo; esas dos virtudes son casi una forma de moralidad del hombre escritor que de debe ser por excelencia el hombre comunicador.” (2)
Han pasado los años, y con ellos pareciera que la atención a la obra y a lo resaltante de su personalidad aumentara caudal de consideraciones y motivos de interés. Es probable exista alguna afinidad más resuelta en este tiempo cuando se la alude desde una lejanía que aún no es remota, aun cuando tenga pátina de leyenda. Pero seguimos en deuda con esa su escritura mayor que no se salda en animismo literario ni en seca y dura obviedad de recuerdo sensiblero. Nuestra deuda es leer, para después escuchar elogios y amonestaciones de tener muy en cuenta. Nuestra deuda no obtiene solución si únicamente la escritora es cita de circunstancia al modo de marca publicitaria y prestigiosa. Nuestra deuda conoce de una muy dilatada moratoria.
En ese vocablo robusto, montañoso y espiritual que se le debe alientan verdades permanentes: el sentido de la existencia que, en el oficio de la belleza y de la lección, despierta para mejor nutrir el paso y el sueño de una región, de un país, de un continente y aun de épocas sucesivas. Pocos, muy pocos, alcanzan la encarnación de ese designio superior.
Acertó Radomiro Tomic al escribir: "Bienaventurados aquellos por quienes lloran los pueblos cuando mueren, porque estas lágrimas de la multitud, que no nacen del vínculo de la carne y de la sangre, ni de la memoria de servicios o gratitudes individuales, son la señal de la misteriosa filiación en que los pueblos se reconocen en sus santos y en sus héroes” (3)
Y, aunque no fue santa ni heroína, legó la riqueza de su palabra artística y maestra a la que Chile siempre podrá recurrir con plena confianza de encontrar en ella convicción angelada y profética.
l) Mistral, Gabriela: Elogio de las cosas de la tierra. Selección y prólogo de Roque Estaban Scarpa. Santiago. Editorial Andrés Bello, 1979.
(2) "Libros que hay que leer y libros que hay que escribir" , en Recados para hoy y mañana, Tomo l. Compilación y notas de Luis Vargas Saavedra. Santiago. Editorial Sudamericana, 1999, pág. 61.
(3) En "Homenaje a Gabriela Mistral", revista Orfeo Ns. 23 al 27,1967, pág. 209.