Rayentru virtual
  Mauricio Wacquez
 

 

MAURICIO WACQUEZ o la etiqueta de la sensualidad
 
por Juan Ignacio Iturria
 
 
Cuentan las leyendas callejeras que todo hombre cuyo corazón se enronquece por culpa del pulpiforme virus de la censura, teme encontrar sobre su escritorio aquel tomate fermentado cuyo moho retrata la imagen de san Sebastián lleno de flechazos. Bajo la imagen del santo, los hongos deletrean el siguiente mensaje: THE GREATEST LOVER WAS HERE.
       Tal es el carácter de la auténtica calidad del erotismo. Cuando el arcipreste de Hita acudió a abrirle al amor, se encontró con un jovencito que vestía como un pequeño dios. No le abrió la puerta a un promotor que ofrecía fotocopias de fanzines pornográficos de tercera mano.
       Esto es lo que queremos decir: La mentecatez de todo aquel que practica la censura es una caricia al cerebro si se le compara con aquellos “Intelectuales” que otorgan prestigio de panacea a la legalización del aborto, o promoviendo el erotismo televisivo de los lunes en la noche, pues su majestad el sexo ocupa un altar de honor cuando recibe a sus hijos. No los recibe pedorreando en la taza del baño.
        Aunque la sentencia preferida del tirano populacho sea “Vox chabacanis vox dei”, no debemos olvidar que la auténtica sensualidad es educada y fina como el apareamiento de dos venados salvajes, no es una productora de vídeo clips llena de galanes púberes, con las nalgas auspiciadas por tatuajes fluorescentes que crepitan al calor de unos dólares poco fidedignos.
        Por eso, cuando abramos la puerta a Mauricio Wacquez, seamos educados en nuestro trasvestismo. Los hombres lo leeremos usando nuestro mejor maquillaje, mientras que las damas nos harán el favor de lucir su mejor corbata.
        ¿Es mala educación y pésima suerte recibir a un bardo a punta de metralleta y corretearlo con los tres enormes hocicos de nuestro carcerbero? Seguro que sí. Pero es peor destino ignorarlo y permitir que nuestra mendicidad erótica se satisfaga día tras día con chocolate plástico. Mauricio Wacquez nos devuelve al mismo tiempo el banquete medieval que degustamos en nuestro primer beso y el teatro japonés que nos tocó presenciar mientras nos arreglábamos para nuestra primera cita.
        Que nuestro maquillaje no sea únicamente una llave que abra mil puertas y que nuestro desnudo prefiera ser únicamente un alucinógeno biodegradable, nos dice el inestimable Wacquez. Pues el secreto reside únicamente en percatarnos de cómo nuestra sensualidad es la soberana resguardada por el castillo de nuestro cuerpo. Y por eso hemos de seguir fielmente las normas de su corte.
        Coqueteo es el nombre del nuevo respeto que hemos de brindarle a nuestra sociedad censurada. El santo y libérrimo coqueteo que derriba montañas y da vista a los ciegos.
        Sin embargo, recordemos que siempre el coqueteo es similar a todo espadachín que esgrime siempre a la defensiva, pues el coqueteo exige que vayamos más allá de nosotros mismos. Mostrando nuestro sentido de sensualidad en carne viva, pero siempre con recato danzarín.
        Por eso Mauricio Wacquez -bardo y exorcista- llama a su libro de cuentos más memorable: Excesos. Quien quiera hallar en este librito tórridos encuentros orgiásticos, encontrará en cambio la superación de la identidad gracias al circo interior, encontrará la máscara excediendo de tal manera a la cara, que le será imposible volver a su armario de utilerías, garantizando así la supervivencia de la sensualidad como armadura que ninguna censura podrá romper jamás.
       Seamos libres, dice el santo Wacquez, seamos coquetos para que la sensualidad haga revivir desiertos, y el exceso sea nuestra novísima muestra de buenos modales.
        Por eso, quizás, algún día no nos conformemos con buscar nuestras raíces, sino ser nuestras raíces.
 

* Publicado en Revista Rayentru Nº16 - septiembre de 1999

 
 
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