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  Jaime Quezada
 


JAIME QUEZADA, del larismo al apocalispis

por
Ricardo Gómez López

 
        
Al traspasar el umbral de la casa del poeta, la magia nos toma por asalto: se abre ante nosotros un mundo de colecciones de caballitos, copas, conchas milenarias, trompos, emboques e incontables recuerdos de viajero, y por supuesto, rumas de invaluables libros.
          Jaime Quezada, egresado de Derecho y Literatura (U. de Chile), y de Arte Quiteño (U. Central de Ecuador), sin duda traía su vocación inclaudicable para dedicarse por entero a la creación literaria, a través del verso y la prosa.
Fundador de la revista “Arúspice”, a la fecha ha publicado: Poemas de las cosas olvidadas (Orfeo, 1965); Las palabras del fabulador (Premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile, Ed. Universitaria, 1968); Leyendas chilenas y La frontera (colección Nosotros los chilenos, Ed. Quimantú, 1973); Poesía joven de Chile (Ed. Siglo XXI, México, 1993); Astrolabio (Nascimento, 1976); Huerfanías (Pehuén, 1985); Un viaje por Solentiname (Ed. Sinfronteras, 1987).
          Prolífico en su labor de compilador e investigador sobre la vida y obra de Gabriela Mistral. Ha ejercido además como cronista y crítico literario en el suplemento “Artes y Letras” del diario “El Mercurio”; revista “Ercilla”, y otras importantes publicaciones nacionales y extranjeras.
          Ex presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, Director del Taller de la Fundación Pablo Neruda, incondicionalmente mistraliano, viene al mundo en Los Ángeles y abre los ojos en Concepción para mirar, prosísiticamente y de frente, a la poesía en Santiago de Chile.
 
-¿Porqué la literatura y no el Derecho? Hoy, a varios años de distancia ¿podría decir que fue su mejor elección?
-Siempre me importó el Derecho como una de las profesiones y disciplinas importantes en el desarrollo integral del hom­bre. Desde niño tuve interés por los afanes poéticos, litera­rios, por la lectura; pero en mis años de estudiante de Derecho fui descubriendo mi verdadera y especial vocación literaria. Aún consciente de eso terminé mis estudios regulares de Derecho, que también me motivaba. Nunca he entendido esas profesiones dobles: el médico que pinta, el abogado que escribe; o se escribe o se es abogado, o se pinta o se es médico. Así que opté, resueltamente, por la literatura, a sabiendas de las dificultades reales que uno podía encontrar en ese proceso como hombre de letras: dificultades económicas, familiares, en fin. Fue hermoso el haber asumido esta actitud que me ha hecho siempre sentirme bien en ese campo, y estoy muy satisfecho y conforme de haber tomado esa decisión.
 
-Ud. aparte de poeta y prosista, también ha ejercido como crítico ¿Cómo ha sido dicha experiencia?
-Yo he postulado siempre que un escritor, un poeta, un narrador, es a su vez un crítico en relación con su propio trabajo literario -su autocrítica- y crítico en relación también con la tarea y obras de los otros; con el medio en que uno vive y la sociedad a la cual uno pertenece.         
          Curiosamente, uno de los regalos que me llegó a fines de 1993, fue una revista que se publicaba en el liceo Los Ángeles cuando yo tenía 15 años y era un estudiante de cuarto de humanidades (hoy segundo medio). En esa revista hay un trabajo mío de crítica sobre una obra de Mariano Latorre publicada por aquellos años. De muchacho ya estaba hacién­dome responsable de una página de crítica literaria en la revista del Liceo. Después tuve la posibilidad de hacer crítica (no diría critico literario, sino de lector interesado en ver la escritura de los demás), todas las semanas durante trece años, en la revista "Ercilla". Esa fue una experiencia importantísima.
          Yo creo que supe mirar, entrar, disciplinarme, tener una actitud oficiosa frente al trabajo de los otros haciendo un aporte riguroso, serio, estético, literario, cultural, al trabajo literario.
En definitiva, todo autor es y debe ser un crítico, tomando la crítica como un género literario; y que el texto crítico que se haga, que se escriba, sea un texto crítico a su vez creativo y de aporte en la creación literaria.
 
-Ud. que vivió en Ecuador, México, Nicaragua y visitó diversos países centroamericanos ¿cómo fue su expe­riencia en tierra extranjera y cómo ha influido en su producción literaria?
-De muy joven tengo el bicho por la literatura, pero al mismo tiempo un afán de aventura, y esa aventura te la da el viaje que abre posibilidades de otras miradas, de otros mundos. Cuando uno conoce Ecuador, Perú, Bolivia..., descubre la identidad de nuestro continente nuevo y viejo a la vez, por sus culturas indígenas. En México te das cuenta que estás descubriendo una modernidad, pero al mismo tiempo todo un período Prehispánico de sus culturas maya, azteca, es decir nos reencontramos con un continente que se redescu­bre. Me conmovía y me emocionaba de andar viviendo las culturas Precolombinas aztecas, en Teotihuacán, en las pirámides de esos lugares y pensaba que en Chile no teníamos nada de esas culturas, sin embargo, sí tenemos una cultura que podríamos llamar botánica, natural o naturalística. Un día, por primera vez me interno en un parque nacional, en el de Nahuelbuta, y allí descubro esos bosques impresio­nantes y entonces me digo: estas son nuestras culturas, nuestras pirámides: las araucarias.
          Yo lo había descubierto ya en las obras literarias de Gabriela Mistral, pero no lo había visto con mis propios ojos, ni lo había sentido, ni lo había palpado, así que, desde el punto de vista de lo americano, estos viajes han significado para mí una experiencia vitailísima: descubrir otras realidades que, en definitiva, son las mismas, pero con otras proyecciones. Mi larga permanencia en Nicaragua, por ejemplo, en un período políticamente difícil en aquel país, estar por primera vez en un país caribeño, tropical, estar en la selva centroamericana, fue una experiencia única y motivadora de la cual todavía me alimento. Producto de estos viajes es mi libro "Un viaje por Solentiname". Un estudiante me decía que al leer este libro, él sentía que estaba viajando y sentía los olores a las frutas, a las flores, y la fauna que yo describo allí, Lo que él decía tan gráficamente, esa es precisa­mente la posibilidad que uno tiene: poder llevar, transmitir, a través de un texto literario, la experiencia personal hacia otros en la lectura de un libro de esta naturaleza, porque está en mí ese fermento de esa cercanía a las cosas humanas, geográficas, naturales de aquellos lugares y que es nuestra realidad de continente. Después se han dado posibilidades de viajes por Estados Unidos y España.
          Todos estos viajes han influido en mi poesía, en mi prosa y mi crónica. Y en mi propia pasión personal, de alguna manera, siempre estoy viajando. Así como colecciono caballi­tos, copas juguetes de la infancia, también hay un gran interés por los libros de viajes; de viajeros de este y otros tiempos.
 
-Los nuevos espacios que se han abierto ¿son suficientes para que un poeta o escritor pueda dedicarse por entero a su creación literaria sin el constante apremio económico?
-Siempre se ha tratado y discutido el cómo poder estimular, motivar a tantos talentos, no solamente en el campo de la literatura sino del arte en general; y que estos talentos puedan dedicarse de lleno a sus tareas sin tener la problemática de la sobrevivencia económica, que es fundamental, pues el escritor tiene que dedicarse a otras cosas para poder sobrevivir. Los casos en que un autor ha contado con el respaldo inmediato de esas situaciones son escasísimos; por ejemplo: Huidobro, diríamos que nace en cuna de oro y que de muy niño tuvo las posibilidades de poder dedicarse a esas tareas; pero ni siquiera Neruda ni la Mistral pudieron dedicarse a su tiempo, siendo jóvenes. Ellos estaban destinados a ser lo que fueron: grandes escritores, pero no tenían los medios como para hacerlo, entonces la pobre Mistral tuvo que andar viajando, haciendo clases con horarios completísimos, en puebluchos, aldeas y otros lugares, para ganarse la vida, y sólo ya muy tarde vino a tener la oportunidad de disfrutar un poco. El caso de Neruda fue parecido.
          Esas son las realidades de nuestro medio chileno y de casi todo el mundo, con la diferencia que en otros lugares existen legislaciones que de alguna manera contribuyen a que el escritor pueda estar abocado con más respaldo a sus tareas y sus afanes. En Chile tenemos que estar esperando una beca que respalde uno de nuestros proyectos o tener la posibilidad de ganar un buen concurso, pero todo eso, aunque lo logremos, es temporal.
          Se están abriendo muchos campos (dentro de sus posibilidades) con los proyectos del Fondo de Desarrollo de la Cultura y de las Artes; el Fondo de Fomento del Libro y de la Lectura; de algunas Fundaciones que apoyan la creaci6n literaria, pero siempre estamos sujetos a la aprobación de nuestros proyectos. Deberían buscarse temas sin la mayor influencia directa del Estado. En mi caso tengo que arreglár­melas buscando dentro del campo de la literatura, a través de editoriales, talleres, etc.
          Estas nuevas posibilidades, en nuestro país, son experimentales. Se ha ido detectando un interés por lograr un respaldo a la craci6n literaria y cultural. Pero habría que buscar fórmulas que permitieran -sin injusticias-, la posibili­dad de detectar, realmente, talentos, y la posibilidad de publicar obras de tantos autores que tienen sus libros inéditos por razones de editorial o razones económicas. Creo que hay que buscar otras fórmulas o sistemas para eso, sobre todo para los autores más recientes y para los que vienen. Ellos deberían tener la posibilidad de poder editar sus libros sin andar postulando a los proyectos.
          Es inconcebible que, abriéndose ahora todos estos espacios con estos proyectos y con estos fondos, a través del Ministerio de Educación o del Estado, no se destinen algunos recursos para que se publique, por ejemplo: una antología de Pablo Neruda o de Gabriela Mistral, por citar estos importantes casos que son nuestros dos premios Nobel. En definitiva, antologías de la poesía chilena y que estos libros puedan ir destinados a todas las bibliotecas de las escuelas de Chile. Puede que estos libros ya estén editados por algunas de las editoriales comerciales, pero el Gobierno y el Estado deberían preocuparse de muchos profesores que están huérfanos de estas posibilidades, pues no todos tienen los libros de la Mistral ni de Neruda, ni siquiera muchos de los libros de nuestros poetas chilenos; especialmente, en este país que se da a conocer al mundo con sus poetas.
 
-En este último tiempo ¿se le ha estado reconociendo, efectivamente, a algunos poetas y escrito­res de la llamada Gneración Diezmada, a la cual usted pertenece?
-En este país no hay ni ha habido reconocimiento para nadie ni a estos poetas que hemos llamados diezmados, de mi generación, ni a los anteriores. Los reconocimientos siempre han venido primero desde afuera y después ha habido una mirada hacia ellos, prueba de esto son el premio Nacional de Literatura a Gabriela Mistral, que se le otorga cinco a seis años después de haber recibido el premio Nobel; el Premio Nacional de Literatura a Gonzalo Rojas, después de haber recibido importantes premios internacionales, en fin, por citar algunos casos. En general, esto de los reconocimientos es bien relativo. Entiendo muy bien donde va la pregunta, es cierto que en relación con lo que podríamos llamar mi generación, aunque no me gusta mucho hablar en términos generacionales porque eso significa períodos, edades, pero en este caso corresponde, porque hay un período en nuestra historia que pertenece ya a las realidades humanas, históricas de este país, que fue el año 73 que divide a nuestra sociedad, de la cual no escapa la literatura ni nuestra generación que venía surgiendo en ese período, y que se le ha llamado La Generación Diezmadaporque unos se van al exilio, al extranjero, otros se van a los presidios de Chile, otros nos quedamos, de alguna manera, en el presidio general que era el país durante todo ese período. Y de hecho esta generación -no solamente por estas circunstancias contingentes que ocurrieron-, es desaparecida en su obra, y se le conoce también en ese sentido. Los críticos del momento y los autores que surgen durante el período, desconocen de hecho y de plano a toda esta generación porque no había ese contacto con ellos, con nosotros, y porque no tenían una relación directa con la obra que estaban empezando a realizar estos otros autores, así que de hecho es cierto que hubo una ruptura. Pero, sin embargo, he aquí que después de cierto período, estos escritores, en cualquier lugar en que estuvieron, siguieron haciendo su obra, publicando sus libros y escribiendo una obra nueva, y todos ellos, de alguna manera, se han reagrupado; lo que fue diezmado ayer, hoy día ya se ha unido felizmente, y cada uno con una obra de madurez; con una obra trascendente. En estos tiempos se ha despertado un interés y una preocupación por rescatar la obra de estos autores. Los más recientes estudios realizados por los departamentos de literatura de nuestras universidades están abocados precisamente a los autores de esta genera­ción, lo que es un indicio importante y trascendente del interés por incorporar -reincorporar- a esta generación, dentro del desarrollo invariable que ha tenido la literatura chilena durante todo nuestro siglo.
          Puedo citar algunos casos, como Gonzalo Millán ("La Ciudad"); Omar Lara ("Fugar con Juego"); Hernán Lavín Cerda, que se quedó en México y que ha hecho una gran producción literaria en poesía, novela y teatro; Federico Sbopf, Floridor Pérez; Silverio Muñoz, poeta escritor y profesor que ejerce la docencia hoy en día en Estados Unidos; Raúl Barrientos, poeta un poco desconocido en nuestro medio que ha hecho estos últimos veinte años su vida literaria poética en Nueva York y que hoy acaba de ser uno de los ganadores del premio del Fondo del Fomento del Libro y de la Lectura; Enrique Valdés, que llega a Chile después de buscar un magíster, un doctorado en Universidades Norteamericanas; Oscar Hahn, aunque él es un poco ante­rior, pero también es un poeta importante.
 
-¿Hacia dónde se orienta el discurso poético de los jóvenes escritores y poetas actuales?
-En este país, donde siempre la poesía se ha mantenido muy vital, muy creadora y muy circulante a través ya sea de los libros publicados, de las revistas, de los talleres, de las hojas que andan trayendo los poetas, necesitamos llegar a un momento que sería bueno reunirnos para mirar un poco con cierta perspectiva el proceso poético chileno de este último tiempo. Hay que ir detectando y colocando más o menos las cosas en sus niveles en este interesante proceso que está ocurriendo con nuestra poesía, pues están surgiendo una serie de temáticas que, de alguna manera, estaban latentes en el desarrollo de la poesía llamada testimonial, o cronística, o contingente, producto de todo el periodo (73-80) que vivió Chile y que es interesante desde el punto de vista del contar, del revelar, las vivencias y las experiencias personales ­aunque a veces dolorosísimas, de estos autores o de otros, y que están reflejadas en sus escritos, en sus poemas. Esa es una línea que se ha hecho importante. Se escribió mucho sobre eso. No todo quedará, pero algo de eso hay.
          Ha surgido otra línea con una tendencia etno-cultu­ral, que es el acercamiento o el rescate hacia los antepasados, hacia nuestras geografías, hacia nuestras realidades origina­rias, al incorporar elementos indigenistas a nuestra poesía, como sería el mapudungun. Hoy se habla, se incorporan nombres, pueblos que son en esa lengua. Esa mirada rescatadora, que de alguna manera ya estaba latente en autores anteriores pero no tan decidida en los autores más actuales, es muy interesante. En Osorno, por ejemplo, existe una gran cantidad de autores de entre 25 y 30 años, que están rescatando lo autóctono y haciendo su obra en torno de esto.
          Está surgiendo también una corriente apocalíptica o preocupante por las situaciones del porvenir, en el sentido de incorporar a la poesía la temática de la reserva o del rescate de nuestro ecosistema, de lo ecológico, dando una mirada hacia nuestra naturaleza. Revalorar, reincorporar esos ele­mentos a la poesía, con un sentido apocalíptico, del temor, de la destrucción de nuestro medio, del hombre, de la humanidad… Hacia esta corriente yo me inclino muy fervorosamente.
          También me parece interesante la incorporación del lenguaje de la mujer en la poesía chilena. No hablo de poesía feminista sino de una poesía más bien escrita por mujeres, en que está presente la preocupación de la mujer en nuestro medio, desde el punto de vista de lo doméstico, al punto de vista de las igualdades sociales, judiciales y culturales. Ya no son las mujeres que escriben una poesía color rosa sino una poesía muy comprometida con las realidades de la mujer en nuestros tiempos.
Hay varios elementos importantes que están en nuestra poesía más actual y recién estamos dándonos cuenta, por eso digo que sería oportuno que los ensayistas, los estudiosos nos reuniéramos a analizar estos procesos últimos de la poesía chilena.
 
-¿La poesía ha ido perdiendo terreno, en favor de la narrativa?
-No, aquí no hay handicap ni hay situaciones de ese tipo en que unos puedan ganar y otros perder, o estar unos más, o menos, deteriorados que otros. Ni siquiera hablo de géneros -eso ya está fuera de moda o de onda-, la literatura está siendo una sola unidad y que unos escriban en narración (novelística, cuentística), y otros en verso (poesía); son líneas o son tendencias, quizás. Pero hoy los poetas pueden pasarse a la narrativa, y los narradores a la poesía, y de buena manera. En este último tiempo en nuestro país, han surgido varios escritores que se han destacado por su obra narrativa, por las novelas, fundamentalmente; y por­que aparte de sus obras, han tenido la posibilidad de un respaldo editorial. Y la poesía siempre ha sido marginal; el género pobre dentro de las editoriales. La mayor parte de las obras de poesía son libros autoeditados con mucho esfuerzo por sus autores, en cambio los autores de novela, o narrado­res, han tenido la otra posibilidad y más distribución en la prensa, en la presencia pública; lo que les ha dado trascen­dencia en ese sentido, pero una trascendencia temporal.
          La poesía sigue siendo subterránea en nuestro me­dio. Ocasionalmente se hace pública, pero no creo que haya ido perdiendo terreno, lo que ha pasado quizás es que los poetas nos hemos hecho más callados, más silenciosos. Las voces la sacan ahora los narradores, aunque no tiene mucho que decir. Son procesos. La poesía siempre va a mantener su ritmo y llegan los momentos en que esos ritmos se dan en una tonalidad más alta.
 
-¿Cuál es su opinión crítica sobre los nuevos nombres que emergen en el ámbito literario nacional?
-Bueno, lo que he dicho siempre: Benjamín Vicuña Mackenna, Vicente Pérez Rosales, Joaquín Edwards Bel­lio, esos son nuestros escritores vivos, vigentes, cargados de una intensidad histórica, humana, geográfica. Si nuestros escritores de hoy en Chile leyeran a estos autores tendrían una presencia más permanente y más vital en nuestro ámbito literario. Creo que estamos pasando por un período de debilidades literarias. Estamos más preocupados de los afanes de la vitrina pública, de la entrevista en la prensa, de la aparición en las pantallas de televisión, más que de una realidad literaria que tenga sus raíces hacia atrás, por eso cito a esos autores de otros tiempos pero que son de este tiempo y que me parecen muy vitales y que deberían estar perma­nentemente releyéndose hoy en día, porque forman parte de la idiosincracia de este pueblo, de este país.
          Cuando hablamos de ecología, ya lo hacía Vicuña Mackenna defendiendo los árboles en el siglo pasado; lo mismo Pérez Rosales. Cuando hablamos de situaciones estéticas, ya la encontramos en Edwards Bello, que va a Europa y vuelve incorporando muchas otras tendencias. Quiero pensar que esos son los autores vivos, como siguen siendo vivos de Rokha -que cumple un siglo este año-; Huidobro, que se empieza a redescubrir; Neruda que mantiene todo este rescate, y sobre todo diría Gabriela Mistral que empieza también a ser revalorada, a ser redescubierta no solamente en el campo de lo poético sino en lo que ella fue como mujer en un periodo difícil que vivió sin estar ajena a las realidades, de las circunstancias que ocurrie­ron en su época. Entonces hay que mirarla también de ese punto de vista: en el campo político, biológico y social. Esos son los escritores de ese tiempo y del siglo XXI. Cuando digo estas cosas pareciera que estoy fuera de tiesto, pero tiene la fundamentación de que ellos hicieron una obra, mucha de ella desconocida, pero que empieza a ser conocida y a revalorarse y a ser redescubierta, entonces tenemos que respetar mucho de ellos, pues son escritores vigentes. Y no me atrevo, ni me gusta dar nombres de hoy, y prefiero dar esos nombres porque son los paradigmas de nuestros escritores de este tiempo. Sin estos escritores no estaríamos haciendo la literatura que estamos haciendo hoy, lo digo en relación con los poetas y nuestros narradores.
 
-¿Cómo define su poesía y dentro de qué contexto la sitúa en la tradición chilena?
-Me cuesta definir mi poesía. Para eso están los estudiosos, los investigadores, y si tuviese que hacerlo vamos a tener otros parámetros, pues tendría que desprenderme de mi tarea, de mi trabajo y decir esta es mi poesía. Pero como decía antes, uno tiene que ser un poco observador y crítico de sus cosas, y no es que yo no pueda definir mi poesía, pero puedo decir que mis preocupaciones poéticas -tal vez por ahí pueda andar alguna definición-, es resumen un poco de todo lo que hemos dicho: mi poesía tiene un acercamiento a la tierra, a los antepasados, a la cosa familiar, a lo pasado y presente -­no puede haber futuro ni pasado si no convivimos en este presente-, a las cosas geográficas, a las cosas viajeras, el tratamiento humano diría también en ese sentido.           
          Mi poesía no es rupturista, en relación con la tradición de la poesía chilena, y tampoco hay en Chile una poesía rupturista y eso es una de las buenas presencias que tiene nuestra poesía: nuestro desarrollo se mantiene. Lo que pasa es que en mi poesía hay una "rejunta" de lo que está en la poesía chilena de otros autores, en donde están estas preocu­paciones por lo apocalíptico, lo testimonial, el acercamiento a lo ecológico y a la naturaleza, que en mi forman parte de un interés y motivación permanente, pero con otros matices, con otras visiones, con otros aportes, es decir, en ese sentido se incorpora también un poco a la poesía chilena, a través de estas nuevas tendencias que están surgiendo en Chile.
          Quizás la definición más cercana que podría revelar mi poesía, es que es una poesía inserta en el proceso de la poesía chilena, pero que va hacia lo historicista, hacia los tiempos: ­rescatar un tiempo pasado y un tiempo por venir; hacia lo apocalíptico o profético y con acercamientos religiosos y de afanes por la naturaleza, y por el hombre de estos tiempos.
 
-A tantos años de que se le diera forma a ese movimiento llamado lárico ¿qué nos podría decir hoy al respecto?
          Lo que se llama lárico, el larismo; es una vuelta al rescate de la tierra, a los antepasados, a la familia, a la edad de oro, a la infancia, con un matiz permanente de lo nostálgico -la nostalgia también, pero como recuerdo del pasado-. En mí está la nostalgia también, pero como recuerdo del futuro, del povernir. El larismo fue una tendencia, y sigue siéndola, marcadamente en la poesía de Jorge Teillier, que es tal vez el único lárico de este país, y que, en definitiva, es el que acuña esta terminología, tomándola a su vez de Rilke, y que en él es muy vivencial, muy permanente. Los demás hemos tenido alguna cercanía; yo en mis primeros poemas y en mi primer libro "Poemas de las cosas olvidadas". Pero después esa misma línea ha tenido sus amplitudes con las incorporaciones de las otras temáticas o tendencias de las que hemos estado hablando; se le ha dado una proyección, desde el punto de vista personal, a eso que fue lárica en un comienzo, y ahora es profética o apocalíptica como se le ha denominado.
 
-En estos últimos años la prosa de Jaime Quezada ha tenido una amplia circulación ¿le resulta cómoda la convivencia entre aquel Quezada poeta y el Quezada prosista?
-Tocas un tema muy querido por mí, que es la prosa. Hablamos de prosa, no de narración, ni de narradores ni de novelistas ni de cuentistas, sino de un prosista. Un poeta tiene que ser prosista, y buen prosista. Me siento bastante identificado también con la prosa y me interesa mucho, y mi próximo libro va a ser de textos en prosa. Pienso que la prosa le da posibilidades a que tu escritura, tu lenguaje, puedan desarrollarse más a sus anchas y puedan tener un ámbito mayor. La poesía, sobretodo la mía, es de mucha síntesis, de mucha densidad en que todo se comprime como dentro de una granada que está a punto de estallar, en cambio la prosa es una granada que estalla y que se abre. Entonces me importa por esa amplitud lenguaje, de escritura y de posibilidades de decir cosas que no te la da la poesía. Así que me siento muy cómodo en la prosa; es uno de mis campos que me gusta y me importa mucho. En definitiva creo que soy un poeta prosístico.
 
-El Jaime Quezada, poeta-eremita de finales de siglo ¿cómo hace compatible su quehacer social y literario tan activo?
-Yo puedo aparecer en las páginas sociales de el "El Mercurio", en las recepciones de las Embajadas, pero eso no significa salir de la vida permanente que tengo: mi mundo de silencio, de cierto retiro; un mundo tal vez monarcal. Sov un hombre que vive en un medio social y que participa con mucho diálogo y contacto con los demás. Soy gregario, en ese sentido. Y el eremita que soy, es en mi actitud personal, en mi conducta, en mi escritura, pero en una relación también de realidades diarias, contingentes, social en el contacto con nuestra gente; de visitar nuestros mercados, de poder recorrer las calles, de saber y poder mirar nuestras ciudades, nuestras arquitecturas, estar un poco hacia las afueras, es decir al contacto con el medio, con el pueblo, con la gente, con los oficios, con las artesanías y con las tareas; en ese sentido entiendo lo que significa una relación de vida de sociedad hacia afuera, en el comporta­miento que uno debe tener, de una conciencia despierta, viva, dinámica, crítica con el medio que a uno lo rodea y al cual uno también pertenece, pero en mi conducta personal sigo siendo ese poeta que lee a Juan de la Cruz, que escucha la música barroca y la música de los Beatles, y que cada noche se acuesta leyendo un verso de la Mistral o rezando el Padre Nuestro... que es lo mismo.
 
-Ud. se ha definido como un hombre religioso ¿Cómo se origina esa religiosidad y cómo se expresa en la prácti­ca?
-Cuando digo que me defino un poco como un hombre religioso no lo digo en un término catequístico o teológico, sino en un sentido de acercamiento a uno mismo y a los otros, en un sentido de humanidad; de tener conciencia de las situaciones espirituales, de los afanes anímicos, de las necesidades de un mundo interior que hace falta hoy en el hombre de este tiempo. Ese es un poco mi reino y mi interés en la frugalidad de las cosas materiales, quizás por eso mi afán por estas cosas como pueriles porque no tienen la trascendencia de lo material, pero tienen la trascendencia de lo anímico, de lo espiritual. En esas cosas está lo religioso, en el sentido de acercamiento a las humildades, a nuestra naturaleza, a las voces de otros tiempos, a la lectura de Juan de la Cruz, de Teresa de Ávila, a la música (barroca, el canto gregoriano y la buena música de este tiempo), en fin todas esas cosas que hacen perdurables, permanente los valores del hombre y que lo hacen vivir dándole su gozo su alegría, su felicidad; en ese sentido me siento como un hombre religioso en un medio que no es religioso, pero donde necesitamos esa especie de cosa ecuménica que hace que el hombre, en sus privacidades, pueda ser también un hombre universal a través de estos valores y así podamos entendemos con un hombre de otro continente, de otras regiones, a través de nuestro lenguaje y de nuestras escrituras. Cuando digo estas cosas las digo con profun­da honestidad. Es un asunto para mí muy íntimo, muy personal Cada uno tiene sus vocaciones, sus interioridades y siempre he tratado de ser fiel a esa actitud corno forma de vida, como conducta personal, corno hombre en nuestro medio.
 
-¿Cuáles son sus proyectos más inmediatos?
-Así como decía que la prosa era un tema muy querido por mí, ahora tocas un tema no muy querido: nunca hablo de proyectos. Pero podemos hablar de proyectos, como una manera de entre­tenernos, de contamos cosas. Cuando uno habla de los proyectos nunca llegan a concluirse, por muchas razones, pero es bueno tenerlos. Si no los tuviéramos no podríamos vivir. Uno vive de proyectos y estamos permanentemente haciéndolos. De repente, a medianoche, después de un café; de una copa con algún amigo, surge alguno y a veces ese proyecto se concreta y tiene su realidad. Pero en el campo de lo mío, hay varios por medio, siempre hay uno. Todos están relacionados con mi escritura personal y la escritura de los otros: trabajos de otros autores de los cuajes yo me he preocupado, y que, en definitiva, también es un trabajo personal.
          Por ejemplo, hay en proyecto otro libro de Gabriela Mistral, que está por aparecer, y que se llama "Los escritos políticos de Gabriela Mistral". Así como en el libro "Los Motivos de San Francisco" (proyecto que, felizmente se concretó) está la mirada un poco prosística, religiosa de Gabriela Mistral, a través de San Francisco de Asís. En este otro libro está el rescate del trabajo, de ideas -ensayístico, contingente-, de la época en que ella vivió. Lo va a editar el Fondo de Cultura Económica, que cumple 60 años de existencia en México, y en Chile quiere celebrar esos 60 años con la publicación de este libro que es muy voluminoso, muy documentado, con muchas referencias, con muchas notas y que se viene preparando hace mucho tiempo, en su investigación, su ordenamiento, y que felizmente ahora viene a dar una mirada renovadora de Gabriela Mistral en relación a ese campo que no existe. Allí están los artículos políticos, contingentes ensayos sobre los problemas agrarios, indígenas, sobre los derechos humanos, sobre las preocupaciones de perso­najes de la época como Sandino, Martí, los presidentes Balmaceda, Aguirre Cerda, en Chile; los problemas bolivarianos, en fin. Para cerrar un poco mi ciclo quiero terminar una autobiografía, o biografía, de Gabriela Mistral, y mientras no la escriba no me voy a sentir tranquilo ni cómodo.
Otro proyecto es algún libro de poemas que quiero publicar en el futuro.
 
Entre el vuelo de proyectos que fluían de la personalidad casi enigmática de Jaime Quezada, y aquel am­biente impregnado de viajes y deta1les de su hogar, con poéticos esfuerzos nos despedirnos esta entrevista, en una atmósfera placentera, que deja la sensación de haber sido atrapado por el aura misteriosa de una especie de encantamiento.
       Agradecemos todo el aporte que ha venido realizando este poeta apocalíptico; estudioso, en función de rescate de aque­llas imprescindibles voces de antaño, y por supuesto, por su visionaria creación literaria.
 
 
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Fotografía de Nelson Cáceres Araya

* Publicada en Revista Literaria Rayentru Nº5 - abril-mayo de 1994

 

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