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  Guillermo Blanco
 


EL "INGENUOSO" ESCRITOR GUILLERMO BLANCO

 


Guillermo Blanco (Talca, 1926). Escritor, periodista y profesor universitario, miembro de la Academia Chilena de la Lengua y miembro correspondien­te de la Real Academia Española. Ha sido merecedor de importantes premios. Autor deCuero de diablo (indicado para Enseñanza Media);Sólo un hombre y el mar; Misa de Réquiem; Adiós a Ruibarbo (indica­do para Enseñanza Básica); Gracia y el Forastero (indicado para Ense­ñanza Media);Dulces chilenos; En Jauja la Magistrú; Los borradores de la muerte; El Evangelio de Ju­das; Ahí va esa (firmado bajo el nombre de A. I Baeza), entre otros.
       Guillermo Blanco, a pocos meses del nacimiento de sus setenta años, nos recibió en su salita-biblio­teca, donde flotaba el aroma de los antiguos muebles de estilo. Su acti­tud de profesor reflexivo, nos remi­tió a la escuela para volver a sentir­nos como alumnos frente al examen. En aquel ambiente proustiano, ideal, iniciamos lo que sería una gratificante conversación con nues­tro entrevistado.
 
       -Cuál es el traje que más le acomoda: ¿el de periodista, de escritor o de profesor?
       -La verdad es que el traje depen­de de adónde voy, como todos los trajes. Hay ciertas cosas que necesi­tan ser escritas con la forma litera­ria. Hay otras que piden, por ser más actuales quizás, el periodismo. Y como profesor, para mí es una experiencia vital, extraordinaria, porque me mantiene en contacto con gente joven yeso me hace no per­der contacto con el resto del mundo. El ser profesor es una de las expe­riencias bonitas de mi vida, tanto que a estas alturas -este año cumplo setenta-, inevitablemente tengo que pensar que en algún momento hay que dejar de hacer clases y siempre voy postergando la fecha, porque es una experiencia realmente muy vital. Yo me siento siempre traba­jando "con" el alumno, ayudándole a descubrir su estilo, su camino, para que el mismo lo descubra. Yo no enseño, les ayudo todo lo que puedo a que aprendan; de otra manera no se saca nada. Si a mí no me pagaran por hacer clases, yo pagaría... siempre que tuviera la plata (risas). Creo que las tres cosas se imbri­can bien, no se opone una a la otra. En muchas personas existe el prejui­cio que ser periodista se opone a ser escritor. Por ejemplo yo no veo por qué para ser abuelo tendría que dejar de ser padre.
 
       -¿Se ha provocado un vaso comunicante entre Guillermo Blanco escritor y Guillermo Blan­co periodista?
       -Claro. Guillermo Blanco perio­dista le ha contado a Guillermo Blanco escritor lo que fue la dicta­dura. Guillermo Blanco escritor trata de dejar su testimonio, en algún momento. Yo como periodista hice todo lo que pude en contra de la dictadura, pero eso no basta. Como este país tiene mala memoria, hay que dejar un testimonio que quede más allá de lo que es el medio de prensa.
 
       -¿De qué manera se podría optimizar la inclusión de poetas y escritores chilenos, en los planes de estudios de la Enseñanza Bási­ca, Media y Superior, con miras al siglo 21?
       -Francamente no lo he pensado. Pero creo que se está haciendo bastante bien. Al conversar con otros profesores, concluí que quizás lo que hace falta es que los propios profesores le hagan sentir al alumno la dimensión lúdica de la literatura, que no se la enseñen como algo "que se debe saber", sino como algo que se vive, como algo que se experimenta, como algo con lo cual también se puede jugar. Esa parte es la que yo creo que podríamos mejorar mucho.
 
       -Adiós a Ruibarbo es un cuento ejemplar ¿a qué le atribuye que todavía no se haya descubier­to la total riqueza que poseen sus otros cuentos?
       -Es muy difícil contestar a eso... En general, el gran problema que uno tiene con lo que escribe, es que no puede juzgarlo objetivamente. A veces leo Ruibarbo porque me da curiosidad eso de que lo recomien­den y que lo lean los niños... y para ver por qué; entonces digo "pero si está este otro cuento...". Es como decir "a un hijo mío le va muy bien y porqué no le va bien al otro". Yo mismo no lo podría explicar. No sé lo que ve otra gente en ese cuento.
 
       -En Chile, en los años 50, se produjo un cambio de visión de la estética literaria, en relación a la tendencia criollista. Ud., como uno de los representantes de esa generación ¿cómo vivió este pro­ceso?
       -Creo que fue una cosa muy espontánea. Yo personalmente no traté de no escribir cosas criollistas. Siempre escribo lo que me sale y lo escribo como me sale. No se me ocurriría proponerme ser anticrio­llista o criollista. Hubo una parte de mi vida en que me atrajeron los temas de campo, porque yo viví un tiempo en el campo. Y después, sin saber yo mismo por qué, me con­centré más en lo que estaba vivien­do. Quizás esto coincida con un proceso de urbanización de Chile, urbanización en el sentido de aumento de la población de las urbes, de las ciudades, no urbanización en el otro sentido porque estamos muy atrás todavía.
 
       -¿Cómo ve la narrativa chilena de hoy, desde el punto de vista de la estética, del lenguaje y del accionar que se ha denominado posmodernidad, en los escritores de las nuevas generaciones?
       -De lo que he leído, que no es tanto, la impresión que saco es que, primero, se está escribiendo mucho. Soy optimista y creo que cuando se escribe mucho se termina escribien­do bien: cuando hay muchos que escriben, algunos por lo menos terminan haciéndolo bien. Y ya hay casos. Creo, sin embargo, que por lo menos parte de los escritores jóvenes tienen que librarse de las fórmulas y escribir con más espon­taneidad. Uno de repente ve, tan clarito por detrás, las huellas de los maestros y da no sé qué. Todo el mundo aprende a escribir recibiendo influencias, pero creo que se van a liberar de ellas. Insisto: soy muy optimista.
       Esto también es una comparación con lo que nos pasó a nosotros por el año 50: Estábamos aprendiendo a escribir, aprendiendo de gente como Williams Faulkner, Ernest Heming­way, y a más de alguno se nos pasaba la mano imitándolos. Última­mente he estado leyendo una buena cantidad de novelas de autores jóvenes y uno dice "ahí va Tachil Hamet", o "ahí va tal o cual". Se reconocen las influencias, pero eso no es malo, si logran superarlo. Si son etapas, está bien; si se quedan ahí, es malo.
 
       -Gracia y el Forastero fue lleva­da al cine con méritos discutibles ¿qué impacto le provocó este resultado cinematográfico?
       -Desde el principio supe que la película era algo distinto de la nove­la. El director me ofreció que parti­cipara en el guión, pero le dije que no, porque ese no era mi lenguaje, y si yo me ponía a hacer eso, iba a estar cuidando mi novela y fregán­dole la paciencia. Si hubiese salido una obra maestra del cine, habría sido un mérito de él, si no salió eso, y salió otra cosa, le correspon­de a él. Y además no se me ocurri­ría compararlo con la novela: la novela es un punto de partida en la película.
 
       -En una entrevista usted dijo que Gracia y el Forastero la habían convertido en una película román­tica, siendo que su novela era de amor. Qué nos puede agregar al respecto.
       -Yo sostengo que no es una nove­la romántica, sino una novela de amor. El romanticismo es una escuela, es una forma de pensa­miento, supone una serie de cosas; el famoso Tédium Vitae... En cam­bio el amor permanece, y de alguna manera lo estoy comprobando, porque todavía los chiquillos leen Gracia y el Forastero. El año pasa­do la Editorial me otorgó un reco­nocimiento porque se habían vendi­do 110.000 ejemplares de ese libro en el año.
 
       -¿Qué elementos percibe para definir el valor literario en el cuento y la novela?
       -No haría una enumeración ex­haustiva. Diría algunas cosas sa­biendo que dejo otras fuera. Acabo de salir de un ciclo de lectura de novelas chilenas contemporáneas, y una de las cosas que noto -no positi­vas-, es la tendencia a manejar a los personajes. A moverlos como si fuesen títeres y no dejarlos libres: "Ahora éste va para allá, ahora éste viene para acá". A veces se ríen cuando digo que yo me entretengo mientras escribo, entre otras cosas, porque quiero saber cómo va a terminar lo que estoy escribiendo. Hay gente que cree que uno tiene todo esquematizado, y a veces uno tiene un final que coincide con el que determinan los personajes, y en otras no sucede así. Y el primer sorprendido, como el caso del mari­do engañado, es el autor.
       Otro criterio que yo aplico, instin­tivamente, es el compromiso con el idioma. No me refiero a la correc­ción gramatical, sino a la belleza. a la expresividad del idioma. Para mí fue un descubrimiento fantástico el que las palabras no sólo dicen por lo que significan en el diccionario, sino también a veces, por la música que producen, por la forma como se crea un contexto, y ese contexto habla. Yo hago clases de redacción en la Universidad, y me llama mucho la atención que los chiquillos me entienden de inmediato cuando les digo "hiciste hablar al estilo". Porque no sólo hablan con lo que dicen expresamente, sino también con el estilo en que está dicho. Hay estilos nostálgico, humorístico, irónico, poético, y ahí cada palabra está diciendo lo suyo, pero también esta especie de música de fondo está hablando. Eso me parece que es una gran riqueza.
 
       -Guillermo Blanco, está cali­ficado como un hombre "buenicio" que vive la vida con fino humor, cuéntenos, desde un punto seguido a un punto aparte, ¿qué le parece esta investidura?
       -Aquí hay una cosa de genes: mi padre era uno de los hombres más buenos que he conocido en mi vida. Incluso cuando estaba rabioso: tenía un carácter más o menos polvorita. En general yo me he encontrado con que mi familia es gente muy buena. A veces hay quien cree que eso es tontería, falta de inteligencia. Pero junto con eso, en los genes también viene una maletita con lo que yo llamo "buenicia", que es la malicia que no hiere. Como quien dice: la ironía sana. Eso se ha practicado siempre en mi familia. Siempre hemos vivido en un clima así. Para mí las dos cosas son muy naturales. De repente me pongo a pensar en que yo tengo defectos, pero éstos no son de maldad: no se me ocurriría pensar en hacerle daño alguien, menos un daño deliberado.
 
       -Pero cómo reacciona el “bue­nicio” ante una situación de enga­ño en su contra.
       -Habitualmente mi sistema de venganza consiste en hacerle un favor a la persona que me hizo un daño. Y no lo hago porque yo sea un santo. Quizá hasta podría decirse que lo hago por orgullo, como diciendo: "me tiraste a partir, mié­chica; entonces cómete este pastel". Cuando logro hacer eso me siento bien, porque no he hecho daño y al mismo tiempo hay un cierto "des­quite"... Esa es la "buenicia". Así reacciono: sin estallar, en el fondo. Sin demostrar pica... porque eso sería como decir "me hiciste daño, conseguiste algo"... Después de todo no es tanta la bondad (risas).
       Pero por lo general no tengo proble­mas y me llevo muy bien con todo el mundo, incluso con aquellos que tienen "malas pulgas". Por ejemplo, nadie se convence mucho cuando le cuento que si sospecho que un alumno me está jugando chueco -al haber sacado datos de donde no debía o cualquier cosa de esas-, se lo pregunto a él. Y al oírme con­tarlo, ponen cara de extrañeza, y encima les digo: "No se te dé na’, porque además les creo". Yo podría tratar de pillarlo, y en eso corro el riesgo de no pillarlo, y me pasa el gol igual. Pero si él me pasa el gol habiéndole yo creído, entonces, o no tiene remedio o va a quedarse pensando. De todas maneras el porcentaje de goles es el mismo, entre el profesor policía y el profe­sor ingenuo, y yo prefiero ser el profesor ingenuo, en el sentido prístino de la palabra, que según el diccionario es como decir Blanco-, que es el tipo de buen espíritu, y que, cosa muy elemental, no siente culpable a nadie mientras no se prueba que no es inocente... Yo prefiero creer que son inocentes, y lo bonito, es que más de una vez, cuando le pregunto a algún chiquillo si copió, me dice: "Sí, señor" y me da explicaciones. Pero ese chiquillo no me vuelve a copiar.
 
       -Siendo usted un hombre de acciones constantes, no le vamos a preguntar por sus proyectos lite­rarios, pero... adelántenos algo.
       -Yo podría hacer trampa, pero la trampa que les haría no sería chue­ca. Tengo una especie de supersti­ción en contar mis proyectos, por­que, cuando empezó la generación del 50, había uno del grupo que hablaba de novelas maravillosas: "Estoy escribiendo una novela ta ta ta tá ...,  estupenda”. Y uno se moría de envidia, pero esa novela no salía nunca. Entonces dije que nunca hablaría de algo mientras no lo tuviese terminado. Pero si ustedes me preguntan... Va salir una nove­la, quizás en cuánto tiempo más, que hasta podría ser llamada criollísta, o sea que podría ser acusado de criollismo (risas). Que es novela y no es novela al mismo tiempo: son unos cuentos que me fueron saliendo con cierta interdependen­cia, y yo, por el momento le he puesto "Cuenvela", que es entre cuento y novela. No es bonito el nombre, pero muy preciso. A mí no me gusta inventar nombres ligeros desde que mi querido maestro Una­muno no atinó con las "Nivolas".
 
       -Siéntase personaje de un cuento y suéñelo para nosotros.
       -Sí, sí, lo puedo hacer... El per­sonaje es un hombre común y co­rriente con cierto grado de sensi­bilidad, y que de pronto, descubre que sus parientes muertos -padres, tíos abuelos-, están dentro de él. Los siente, y eso le da una fuerza extraordinaria. De repente, cuando va andando con el sol en la espal­da, ve su sombra y ésta es la som­bra de su padre que tiene su misma manera de caminar. Piensa y se da cuenta de que (chasquea los dedos) "esto se lo oí a mi madre". O pien­sa otra cosa, y: "esto era de mi abuelo tal". Entonces se da cuenta de que él, sin dejar de ser él, es todos los demás. Luego: los muer­tos están vivos. Final del cuento.
 
Con este mínimo e improvisado cuento, tal vez autorreferente, nos despedimos del Blanco Guillermo, con la convicción de que tendremos al escritor, periodista y profesor para iluminarnos más allá de las impredecibles fronteras del siglo 21.
       Nos quedamos con la imagen de él, encaminándonos en la despedida hasta la puerta del ante jardín de su casa, con aquel gesto caballero que lo caracteriza. Para quienes aún no lo han leído, no seremos muy "buenicios" con ellos.
       Nos sentimos reafirmados en nuestro quehacer editorial al poder entregarles a nuestros lectores la visión humana y estética de este chileno escritor.
 


* Publicada en Revista Literaria Rayentru Nº11 - julio de 1996


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