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  Pía Barros - cuentos
 


PÍA BARROS - Cuentos


  

MALDICIÓN
 
Para Alejandra, cómplice de sahumerios y conjuros
 
 
      Que al solo reflejo de mi nombre en tu pupila te estalle el dolor, que tu piel sea corrupta de mí, que te rasgues en dos si me ves a lo lejos, que te estremezcas y sobrecojas al solo creer oír mi voz, que cada vez que entres en una mujer, ansiando entrar en mí, te sientas como un traidor profanándola con los pies descalzos.
      Que ya no seas, que te enrarezcas y te pierdas de ti, roído de dolor, que deambules arrojado al infierno de esas calles donde no me encontrarás, que transites por aquellas aborreciendo el desgarro de tus puños crispados al no hallarme.
      Que te arrastres por otros cuerpos reptando y mordiéndote los labios ensangrentados para no nombrarme, que el pensamiento lo tengas enredado a mi pubis, encadenado a la rabia de mi olor, que te arrases, te devastes completando la obsesión, que toda yo sea la herida abierta en tu piel ardiente y repudiada, que te sobresaltes al roce, que te retuerzas hechizado y necesites más llagas para respirar el final borrascoso de tu abismo.
      Que desees morir, soberbio en tu goce perturbado, que rasgues tu piel buscándome, que la ira relegue a un rincón oscuro de tu cuarto y te estés allí, acurrucado, perdido, las manos aferradas a tu sexo que estalla de mí sabiéndome lejos y palpes la viscosa soledad que te escurre para ir envejeciendo así, encorvado por lo irremediable, la torturante certeza desolada de no tenerme nunca, de dolerte siempre, mientras me sabes aquí en esta noche, perpetrando este designio maldito.
 

 
GOLPE
 
       -Mamá, dijo el niño, ¿qué es un golpe?
Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio.
       El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo.
 
 
 
SIN CLAUDICAR
 
A Susana Sánchez: respondiendo a su Valparaíso; a Marjorie, también porteña
 
  
     Aquí está ella, la más barata del puerto, la del corazón grande, navegante e inconcluso para siempre, los mástiles abiertos para él, que es uno más de hombros anchos y poderosos, uno más sin afeitar y la expresión compungida de los hombres abyectos y desnudos, él, a quien ha dejado creer que la posee cuando es en realidad ella la que permite que le hunda su proa en esa pieza angosta y helada, frente al lavatorio de agua sucia y al espejo que ya ni refleja de cansancio, y que en un extremo tiene su carné que certifica cincuenta años junto a esa guirnalda atesorada desde la última navidad en que fue niña. 
 
                                                                      Oregon, Florence, 1990.
 
 

EGRESOS
 
A Jorge, en otra versión de su asunto
 

      Algo de aberrante tiene una clase vacía, como si los cuerpos en ausencia llenaran el modo infantil de disponer los bancos. Un gesto se queda prendido a los muros. Hay un aroma de sueños que la ronda. Sobre el pupitre, un nombre tallado que va a reemplazarse después de este verano por otro y por otro, hasta que el tallador se haga viejo e intente recordar esta sala vacía y las letras de ese primer nombre, como una llave mágica que le abra la clase de la infancia.

 

* Publicados en Revista Literaria Rayentru Nº9 – octubre de 1995

 

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