EL ALAMBRE va poco a poco envolviéndolo, comenzando desde la punta de los pies hacia arriba.
Comprueba con espanto que en pocos minutos lo rodeará por entero.
Y no puede hacer nada, absolutamente nada.
Empieza a rodearle la garganta y luego la barbilla y la boca y la nariz.
Hasta que se detiene y ve con asombro que la punta del cable queda oscilando
delante de sus ojos. Y observa que es hueco.
Y que por allí es posible escaparse de su agobiante prisión.
*****
SOLO VE LAS PALMERAS bajo la luna mientras el calor húmedo penetra por la ventana del chofer del taxi.
-Ya le gustará, le gustará lo que le vaya ofrecer.
Sigue mirando, atravesando calles, dejando atrás más palmeras y corridas de faroles, hasta llegar a una pequeña casa de madera en un suburbio.
Una hoja de coco divide la luna en dos cuando sale del automóvil.
Le costó aceptar que una muchacha de trece años fuese esa atolondrada maquinaria de placer.
Al salir a la noche, el mismo calor, la misma humedad, la misma luna y el sudor en la frente y bajo la camisa.
-Le gustó ¿verdad') ... Yo sabia Tuvo suerte que estuviese desocupada.
La impresión hizo que nada existiera fuera de sí mismo, hasta que el taxi se detuvo frente al muelle.
Cuando el hombre le dio el vuelto, a la luz de un farol, reconoció con espanto que sus ojos y sus labios eran los mismos de la muchacha.
(del libro Voces de Alarma, (Ed. Fondo de Cultura Económica, 1992)
* Publicados en Revista Literaria Rayentru Nº3 – octubre-noviembre de 1993
DE ADOLESCENTE lo que más comenzó a llamarle la atención, fueron los avisos de bebidas y perfumes: la muchacha saliendo de entre las olas con una botella entre las manos, la joven y elegante pareja envuelta en la suave música del restaurante, a la hora de la comida mirándose a los ojos.
Después, no existían el techo de fonolita, ni las paredes de tablas atravesadas por el ruido de otras teles, de gritos, llantos y música rock.
Luego ya de joven, antes de dormirse, lo comenzó a perseguir la imagen de la muchacha tendida junto a la piscina, con la piel del mismo color que la bebida y, a lo lejos, bajo los árboles, el frente de un automóvil rojo.
De pronto empezó a no llegar a dormir: primero algunas noches, en seguida, por semanas. Meses más tarde, alguien contó que le encontraron en la campera de piel, una foto de una muchacha tendida bajo el sol, junto a unas aguas reverberantes y a un automóvil rojo delante de grandes árboles.
Había caído atravesado por las balas a la salida de un banco.
*****
SE ACERCÓ Y LO OBSERVÓ desangrarse en medio de la calle. Cuando miró el charco, a la luz de la luna, vio su propio rostro con dos largos colmillos.
* Del libro Voces de alarma (Ed. Fondo de Cultura Económica, 1992)
* Publicados en Revista Literaria Rayentru Nº6 – agosto-septiembre de 1994